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Galvarino y Elena - Luis Emilio Recabarren

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-¡Un aerolito!- dice uno de los vecinos, más enterado que los demás-. Ese va a ir a caer al<br />

Colorado.<br />

Es un sector situado a corta distancia, al norte de Iquique.<br />

Otro dio una opinión diferente:<br />

-¡No! Mucho más lejos. Ese cae en Pisagua.<br />

Otro más técnico: -No, no. Si iba bastante alto. Por la inclinación que llevaba, ese cae por lo<br />

menos en Arica.<br />

Se manifestaron diversos pareceres, pero no se llegó a un acuerdo. En general, se consideró<br />

exagerada la idea de que pudiera llegar hasta Arica.<br />

Unos días más tarde, un diario de Santiago informó que un aerolito que se desplazaba de sur a<br />

norte había caído en el centro de México y había hecho un hoyo de veinte metros de<br />

profundidad. Los comentarios de semejante maravilla seguían años después.<br />

En eso llegó a su término la I Guerra Mundial y se desató la más grave crisis (hasta entonces) de<br />

la industria salitrera. Iquique se llenó de cesantes que alojaban en albergues. No había actividad.<br />

Al taller de mi padre no entraban ni las moscas. La situación llegó a tal extremo, que lo vendió<br />

en dos chauchas y se inscribió como cesante.<br />

El gobierno prometió llevar a Santiago a los cesantes del salitre. En su mayor parte, ellos habían<br />

llegado del campo a la pampa, desde las provincias del centro y sur del país. Desde la capital,<br />

razonaban las autoridades, volverían a sus pueblos de origen. No fue así. En los hechos, casi<br />

todos fueron a dar a los albergues santiaguinos, porque ya no se veían de inquilinos. Tenían<br />

pocazas ganas de volver a la esclavitud de las haciendas y conservaban la esperanza de regresar<br />

a las duras faenas del salitre, donde los salarios eran o habían sido mucho más altos y se sentían<br />

más libres a pesar de los abusos de las pulperías, las listas negras, las masacres, las vinchucas y<br />

otros detalles. Estos campesinos transformados en obreros ya no querían convertirse de nuevo<br />

en campesinos.<br />

Nosotros teníamos donde llegar en Santiago. Mi padre escribió a su cuñado Manuel Phillippi,<br />

explicándole la situación y él se manifestó dispuesto a recibirnos. Con eso, ya tuvimos la<br />

esperanza de llegar a una casa en vez de ir a parar a un albergue.<br />

COSAS DE GRANDES<br />

Habla <strong>Elena</strong>:<br />

Mi papá y mi mamá eran prácticamente unos niños cuando hicieron cosas de grandes y me<br />

engendraron a mí. El tenía 16 años y ella 14. El resultado de eso fue que me crió mi abuelo; yo<br />

siempre le dije papá porque fue en todo como mi padre.<br />

Mi madre se llamaba Amalia González y mi padre de verdad, Manuel Rojas. Eran tan chicos,<br />

que mi abuelo no los dejó casarse. Pero tal vez ni tanto por la edad. Lo que pasa es que mi papá<br />

era muy pobre -un niño que trabajaba en una panadería barriendo y para los mandados- y mi<br />

abuelo halló que era poco para su hija. Ni siquiera era panificador. Entonces resultaba ser menos<br />

que mi mamá, porque ella estaba en el último año de la Escuela Normal de La Serena. Bueno,<br />

de ahí nací yo.<br />

Hay esas historias que contaban. Parece que quisieron, alguien quiso, que mi mamá abortara,<br />

para evitar el escándalo y además para que continuara estudiando. El dijo que no, por ningún<br />

motivo. Entonces mi papá (el de verdad, no mi abuelo, por eso yo lo quiero y se lo decía a él<br />

después), ese muchachito flaco y chico que era entonces sacó no sé de adonde un revólver, le<br />

salió al camino a mi abuelo cuando iba en su carretela con los tarros de leche y lo amenazó<br />

diciéndole que si a la Amalia le hacían el aborto, él lo iba a denunciar y además lo iba a matar.<br />

No sé si fue por eso o por otro motivo, lo cierto es que el embarazo siguió su curso y yo pude<br />

nacer. A mi mamá la mandaron al campo para que diera a luz en secreto, sin pasar el bochorno

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