Galvarino y Elena - Luis Emilio Recabarren
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-Mira, fíjate. Están lavando a la orilla de la iglesia. Hace como trescientos años que están<br />
lavando la arena ahí y siempre sale algo de oro. ¿Te imaginas cuánto habrá al lado adentro<br />
¡Deben ser toneladas!<br />
Estuve de acuerdo en su razonamiento. Siguió:<br />
-¿Sabes qué idea tengo yo Que si nos metemos y hacemos un hoyo adentro, en el patio de la<br />
iglesia, a lo mejor hallamos. Fíjate. Hay unas ramadas y por el otro lado unos montones de<br />
piedras y materiales. Si hacemos un hoyo debajo de las ramadas, nadie nos va a ver. Ni en la<br />
iglesia se van a dar cuenta.<br />
La idea me pareció acertada. Aquellas ramadas, levantadas por los fieles, servían para<br />
actividades de la iglesia, kermesses o ventas en los días de la procesión de la Virgen que era ya<br />
muy pronto, el 26 de diciembre.<br />
En el lado de la plaza donde estábamos penaban las ánimas. Miramos a todos lados, saltamos la<br />
pirca y empezamos a trabajar con nuestras palas. Llevábamos como un metro excavado cuando<br />
vamos encontrando tres pepitas como granos de trigo y otras más chiquitas.<br />
Llenamos con esta tierra santa dos tarros parafineros, salimos con ellos con todo disimulo y en<br />
lugar apropiado la lavamos. Nos dio diecisiete gramos de oro.<br />
Locos de alegría, fuimos a vender el oro y nos repartimos el dinero por partes iguales. Llegué a<br />
la casa y le mostré la billetada a mi padre. Este se asombró:<br />
-¿De dónde sacaste tanta plata<br />
-Estuvimos lavando a la orilla de la iglesia con el Valdivia. Tuvimos suerte.<br />
Mi papá se puso feliz. Con esa cantidad podíamos pensar en ponerle piso a la casa. En realidad<br />
era mucho. Le entregué lo que había ganado y él me devolvió algo Para mis gastos. Con lo<br />
demás compró la madera que se necesitaba.<br />
Al otro día nos fuimos a trabajar a otro lugar al lado afuera de la iglesia, pero nuestro plan era<br />
volver a meternos al patio. El Valdivia fue a buscar agua y yo seguí, medio desganado, lavando<br />
las arenas que habíamos sacado.<br />
En un pueblo minero como Andacollo, donde cada cual anda buscando para sí, no falta quien<br />
ande cateando. Un viejo se paró y se quedó mirando:<br />
-Oye tú, cabro, ¿qué están lavando aquí<br />
-Desmonte.<br />
-Psch, desmonte... Pero eso da muy re poco.<br />
-Pocazo. Ayer trabajamos todo el día y sacamos medio gramo- le dije yo, para echarlo por el<br />
desvío.<br />
Se fue. Miramos a todos lados, entramos al patio de la iglesia, nos metimos debajo de las<br />
ramadas y repetimos la operación anterior. ¡Sacamos veintiún gramos de oro!<br />
Ya nos íbamos cuando pasaron dos o tres mineros y se quedaron mirando. Uno preguntó en tono<br />
despectivo: -¿Y cómo les va aquí<br />
Y al Valdivia no sé qué le dio. Se botó a encachado: -¿Quiere ver cómo nos va aquí ¡Mire!<br />
Y le mostró el puñado que habíamos recogido. Los mineros dieron un salto. -¡Cabros de<br />
mierda!.- dijo el preguntón y mostró los dientes: -¡Ya! ¡Se van de aquí! ¡Se van ahora mismo!<br />
Con él había uno más observador, o es que tal vez ya nos tenía rochados desde antes:<br />
-Miren- dijo-, aquí los pillamos a estos. Ahí va el caminito. ¿Ven ¡Estos dos granujas se meten<br />
adentro del terreno de la iglesia y de ahí están sacando oro!<br />
Nos amenazaron con los puños.<br />
Yo corrí a avisarles a unos compañeros del sindicato que estaban por ahí cerca:<br />
-Oigan, fíjense. ¡Nos quitaron!<br />
-¿Quién les quitó<br />
Expliqué lo sucedido. Se formó un buen grupo, armado de palas, y todos vinieron corriendo<br />
conmigo hasta la plaza. Ahí encararon a los que nos habían amenazado.