Galvarino y Elena - Luis Emilio Recabarren
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-Sí, estuve en la anexa de la Normal en Santiago. Iba a estudiar periodismo, pero las cosas<br />
cambiaron...<br />
-¡Mejor que mejor! Ven a juntarte con nosotros.<br />
En una pieza del campamento Block N° 12, en la parte alta de Andacollo, organizaron una<br />
reunión a la que me invitaron. Les conté de mis estudios de periodismo. Quedaron admirados<br />
cuando les dije que sabía hasta escribir a máquina, porque mi papá también componía máquinas<br />
de escribir y yo había practicado en las que le mandaban.<br />
En vista que tenía tantas habilidades, me propusieron, apesar de mis cortos años, que tomara el<br />
cargo de Secretario de Prensa y Propaganda del Sindicato que se estaba organizando. ¡Contentos<br />
conmigo, para qué decir!<br />
Unos días después, se realizó una asamblea en plena calle, donde se improvisó un estrado. Se<br />
reunieron unos mil quinientos mineros. Hubo discursos en los que se habló de los urgentes<br />
problemas que afectaban a los trabajadores y se llamó a constituir en el mismo acto el Sindicato.<br />
La proposición fue aprobada con entusiasmo. Luego se procedió a elegir por aclamación a los<br />
dirigentes, nueve en total, porque éste iba a ser un sindicato "libre", en la tradición de la FOCH,<br />
no sujeto a las normas del Código del Trabajo.<br />
Cuando se propuso mi nombre, luego de dar a conocer mis condiciones, fue aprobado por<br />
unanimidad. La verdad es que no se propuso mi nombre, porque el orador lo olvidó en ese<br />
momento. Lo que dijo fue:<br />
-Para Secretario de Prensa y Propaganda se propone entonces... al niñito.<br />
Me llamaban así porque siendo muy flaco y de poca estatura, aparecía con menos edad. Yo tenía<br />
entonces unos diecisiete años, pero no representaba más de trece.<br />
Sentí que en aquel momento cambiaba el curso de mi vida, que tenía algo por qué luchar. Más<br />
importante aún: sentí que no me iba a pasar el resto de la existencia rasguñando los cerros sin<br />
más norte que la ilusión de una pepa de oro que me convirtiera en un hombre feliz, como el que<br />
aparecía en los afiches de propaganda de los lavaderos de oro.<br />
Me recomendaron que me incorporara a la cuadrilla donde estaban Ángel Veas, Pablo Reyes y<br />
algún otro. Reyes llegó a ser más tarde alcalde de Andacollo. En 1946 González Videla nombró<br />
a Veas Intendente de Iquique y un año después, cuando se dio la voltereta, lo mandó al campo<br />
de concentración de Pisagua, donde murió.<br />
Me fui a trabajar con ellos. Me tocaba acarrear arena, lavar, traer agua. La cuadrilla la<br />
componían cinco o seis lavadores. Pero mis compañeros decidieron que mi jornada minera iba a<br />
ser más corta aunque a fin de mes mi parte en los ingresos iba a ser igual a la de los demás. Me<br />
dijeron:<br />
-Después del almuerzo te vas al sindicato, porque llega mucha gente a preguntar o a presentar<br />
quejas y no hay nadie que atienda. Tú vas a tener la llave. Tienes que tomar nota de quiénes van<br />
y de lo que digan. Si hay que ir a la Inspección del Trabajo por alguna denuncia, tú les dices<br />
cómo hacerlo. O los citas para que vuelvan más tarde, cuando estemos nosotros.<br />
Sobre esto tuve una larga conversación con mi padre. Me felicitó por mi designación, pero me<br />
advirtió que el compromiso contraído por mi era muy serio y que me exigiría sacrificios y a<br />
menudo, enfrentar incomprensiones. "Por eso yo nunca quise ser dirigente", me dijo. Con un<br />
dejo de preocupación, agregó que en adelante yo no tendría horas de descanso. Así fue en cierto<br />
modo.<br />
Yo trabajaba hasta las doce, almorzaba y partía al local, donde permanecía hasta las nueve o<br />
diez de la noche. Uno de los dirigentes, que vivía al lado del local sindical, le encargó a su<br />
señora que me llevara once y, más tarde, un plato de comida.<br />
La vida del sindicato era muy activa. Viejos dirigentes obreros del Norte daban charlas sobre