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Galvarino y Elena - Luis Emilio Recabarren

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Cuando yo era chica, mi abuelo me regaló una yegua. ¡Tan linda! Yo la montaba y corría por la<br />

orilla del río. Mi tía me decía: "Las señoritas no montan así", porque yo montaba a lo hombre, a<br />

pierna abierta, qué sabía yo de conveniencias. Mi tía decía que las señoritas tenían que ir<br />

sentadas como de lado y con ropón, pero para eso se usan unas sillas de montar especiales con<br />

un cacho para afirmar la pierna.<br />

Yo me eduqué con mi abuelo y con mis tías. Muchas veces había desacuerdos. Ellas eran<br />

jóvenes pero muy a la antigua. Mi abuelo no era una persona muy devota, no iba a misa los<br />

domingos, pero me enseñó a rezar. Tenía sus creencias, claro. Creía en Dios y en "La Chinita",<br />

la Virgen de Andacollo.<br />

En las tardes acostumbraba conversar conmigo. Yo a veces le consultaba cosas que son<br />

naturales, curiosidad normal en una niña. En una de esas le pregunté: -¿Qué es el ombligo Mi<br />

tía se escandalizó:<br />

-¡Mire qué pregunta! Y usted, papá, no le esté abriendo los ojos a la niña. No le esté enseñando<br />

cosas.<br />

El no le hizo juicio. Le dijo:<br />

-No, a la niña hay que explicarle el qué y el cómo de las cosas... Mire, cuando se está formando<br />

la guagua en la guatita de la mamá, está unida a ella por una tripita. Es como un tubito y por ahí<br />

le viene la comida. Después del nacimiento, esa tripa se corta y queda el ombligo. Como toda la<br />

gente tiene mamá, por lo mismo toda la gente tiene ombligo.<br />

Quedé muy conforme con esa explicación.<br />

Ya más grande, mi verdadero papá aprendió de panificador, ya ganaba plata. Con mi mamá<br />

arrendaron una casita en Coquimbo y al poco tiempo se les ocurrió traerme a mí a vivir con<br />

ellos, a ver si me acostumbraba. Yo tendría unos siete años. De primera me mandaron a mecer<br />

la guagua chica que ellos tenían, una niñita que lloraba todo el tiempo, y yo tenía que mecerla.<br />

La ponían así, al medio, entre dos camas juntas.<br />

Un día mi mamá estaba afuera y la guagua estaba calladita. Después de mucho rato fueron a<br />

verla y es que se había resbalado y estaba en el suelo, debajo del catre. Dormía como un<br />

angelito. Me retaron bien retada y me puse a llorar.<br />

En ese momento llegó mi abuelo. Venía en auto, era muy elegante mi abuelo, fue uno de los<br />

primeros en tener auto en La Serena. Me saluda y me dice:<br />

¿Cómo ha estado, mijita<br />

Llorando le conté de la guagua que se cayó debajo del catre y de la retada. Mi abuelo dijo:<br />

-Me la llevo. No se acostumbra la niña en esta casa.<br />

Yo, feliz de irme porque en la casa de mi abuelo era chica y, se puede decir, algo consentida,<br />

mientras que en esta otra casa, de mis padres, tenía que hacerme grande y estar cuidando<br />

guaguas.<br />

Pero eché de menos a mi mamá. A mí me gustaba como ella hablaba, contaba tantas cosas, mi<br />

mamá era maravillosa. Años después tuve la oportunidad de convivir con ella pero nunca por<br />

mucho tiempo. Es algo que siempre he sentido.<br />

LA GRAN CRISIS<br />

<strong>Galvarino</strong>:<br />

Vivimos en Iquique hasta fines de diciembre de 1929. Mi padre trabajaba en un taller de fragua<br />

donde solía reunirse con viejos amigos y compañeros. Pero tenía la inquietud de mejorar su<br />

condición y eso lo llevó a buscar trabajo de nuevo en la pampa salitrera, donde siempre hacía<br />

falta gente como él, calificada en el trabajo mecánico y del fierro. Así fue como, al terminar mi

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