Galvarino y Elena - Luis Emilio Recabarren
Galvarino y Elena - Luis Emilio Recabarren
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sus ideas -a veces chocantes- en forma elocuente Pensaba que en una democracia debía existir<br />
una forma de sufragio selectivo. A su juicio, no podía tener el mismo valor el voto de un<br />
ciudadano ignorante, despreocupado y ajeno a todo quehacer social, el voto de un ebrio<br />
consuetudinario, por ejemplo, que el de un profesional, educado y capacitado para<br />
desenvolverse en cualquier terreno, de un trabajador honesto o de un industrial. No faltaban<br />
quienes refutaran tales planteamientos.<br />
Un día convocó a una conferencia cuyo tema era: "Cómo se vive y se trabaja en la Unión<br />
Soviética". Le costó conseguir un teatro. Tuvo que postergarla una y otra vez y, por último, la<br />
dio en el Teatro Monumental, en la Alameda, más abajo de la Estación Central. En aquel<br />
tiempo, eso se consideraba poco menos que extramuros. De todos modos, la gente acudió<br />
numerosa y la sala se repletó.<br />
Don Tancredo comenzó así: "Ustedes dirán que porqué estamos en este teatro.. Yo les voy a<br />
contar lo que pretendía ser esta charla. Al comienzo, quise hacerla en el Teatro Municipal. Nada<br />
de eso. ¡Imposible!, fue la respuesta".<br />
Relató otros intentos fallidos hasta llegar, por último, a aquel teatro de barrio Si su charla<br />
hubiera sido "Cómo viven y trabajan las hormigas", dijo, no habría tenido ningún inconveniente.<br />
Porque, claro, ninguno de los que asistiesen a una conferencia sobre ese tema habría salido con<br />
la idea de vivir y trabajar como las hormigas.<br />
Más adelante dijo: "Algunos me han criticado. Me preguntan: ¿cuándo has estado en la Unión<br />
Soviética Nunca. ¿Y te atreves a dar una charla sobre cómo se vive y se trabaja en la Unión<br />
Soviética Yo les respondí: acabo de leer un libro sobre cómo viven y procrean las ballenas. No<br />
creo que su autor haya tenido que vivir en el fondo del mar para saberlo".<br />
Su manera de argumentar era convincente. Era un hombre de mediana estatura, canoso, de<br />
rostro muy vivo e inteligente, con la sonrisa pronta. Estaba siempre dispuesto a debatir y<br />
analizar cualquier cosa. Su lenguaje, verbal o escrito, sorprendía siempre. Era un gran<br />
polemista, rebatía todo lo que le parecía incorrecto, pero a la vez tenía un gran respeto por las<br />
opiniones ajenas. En su diarito "Asiés" daba amplia tribuna a quienes lo atacaban y reproducía<br />
sus artículos aunque fueran agresivos y hasta injuriosos. Titulaba: "Tancredo Pinochet<br />
censurado por su lenguaje brutal". Y debajo, columnas completas con el texto de quien lo<br />
censuraba. Al día siguiente respondía. En primera página, publicaba una breve nota ofreciendo<br />
suscripciones al periódico, más o menos en los siguientes términos: "Usted corre un riesgo si se<br />
suscribe a Asies.La suscripción anual vale tanto... Pero si este diario deja de publicarse por no<br />
encontrar lectores, no se le devolverá el dinero pagado, porque no habrá de donde sacarlo. Por<br />
otra parte, si al diario le va bien y sube de volumen y de precio, a usted no le costará más.<br />
Usted verá si quiere correr este riesgo".<br />
Era un gran individualista o un gran liberal con simpatía por el socialismo. Por otra parte, era un<br />
enemigo acérrimo del imperialismo norteamericano, al que denunciaba de manera implacable.<br />
Una de sus obsesiones era contribuir a la educación de los trabajadores, a la iluminación de las<br />
conciencias y a la formación profesional y técnica. Otra era mantener su independencia en<br />
forma absoluta. Vivía, por lo que sé, de las escasas ganancias que producía su famoso Instituto<br />
Pinochet-Le Brun, donde enseñaba periodismo, taquigrafía, mecanografía y diversos oficios<br />
prácticos. Además, como dije, editaba, imprimía y distribuía él mismo libros, folletos y su<br />
famoso periódico "Asíes".<br />
Después de una de aquellas charlas de Don Tancredo, le hice varias preguntas y él, a su vez, me<br />
preguntó:<br />
-¿Te gustaría ser periodista<br />
Yo, que tenía la experiencia del diarito mural y otras ya relatadas, le respondí que sí sin vacilar.<br />
Me invitó entonces a matricularme en su Instituto. A mi papá no le pareció mal. El precio de las<br />
clases era muy módico. Comencé a asistir a ellas. Pero de nuevo surgieron inconvenientes.