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Galvarino y Elena - Luis Emilio Recabarren

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Los primeros años de mi vida, en Iquique, fueron felices. Como la casa era amplia, llegaban de<br />

Santiago o de los puertos y oficinas de la zona salitrera, dirigentes de las organizaciones obreras<br />

y del Partido Obrero Socialista, fundado por <strong>Luis</strong> <strong>Emilio</strong> <strong>Recabarren</strong> en Iquique en 1912. Casi<br />

todos eran amigos o conocidos de mi padre, de sus tiempos de pampino. Más de una vez estuvo<br />

allí el propio <strong>Recabarren</strong>. Pero mentiría si dijera que conservo algún recuerdo directo de él.<br />

En su taller, mi papá arregló en diversas oportunidades la vieja prensa Marinoni, donde se<br />

imprimía el periódico del partido, "El Despertar de los Trabajadores". De vez en cuando, por<br />

orden de las compañías del salitre y del gobierno, los policías asaltaban la imprenta y se<br />

empeñaban en destruir la prensa a golpes de combo. Mi padre se encargaba de repararla en su<br />

taller.<br />

Según sus recuerdos, en Iquique teníamos una vecina peruana, casada con un chileno, Gatica, un<br />

hombre alto y muy flaco, pintor de brocha gorda. Un tabique delgado, con algunos agujeros,<br />

separaba nuestra casa de la de este matrimonio.<br />

Cada mañana, la vecina comenzaba a hablar en voz muy alta sobre lo que su marido consumía<br />

en el desayuno. Su discurso era algo así:<br />

-Pero no puede ser, Gatica, ¡cómo va a ser eso! Además de dos huevos con jamón, un tal pedazo<br />

de carne, pues. Y todavía ha de comer pan amasado con mantequilla y tan enorme tajada de<br />

queso, aparte del café con leche. ¿No le parece exagerado, Gatica<br />

Otras veces la enumeración de los platos del desayuno incluía bisteques con papas y cebolla<br />

frita, picantes de guatitas, chorizo, carne mechada, etc.<br />

De vez en cuando, mi padre pegaba un ojo a uno de los agujeros de la pared, hechos tal vez por<br />

ratones o termitas (con alguna colaboración humana) y veía, así contaba, que cuando la vecina<br />

hablaba de tales abundancias, su flaco marido sorbía té puro de un tazón sin oreja mientras roía<br />

un pedazo de pan duro.<br />

Otras veces, era el pintor quien hablaba. Al llegar a la casa en la tarde, de regreso de alguno de<br />

sus trabajos, decía:<br />

-Adivine en casa de quién almorcé hoy...<br />

-A ver, a ver...- decía ella-, ¿sería donde los Williamson<br />

-No, frío - frío...<br />

Ella seguía enumerando los apellidos de familias ricas de Iquique: los Solari, los Eastman, los<br />

Hardie...<br />

Al final, él decía:<br />

-Ya veo que no va a adivinar. Hoy almorcé...en casa del Intendente.<br />

Según mi padre, podía ser cierto. En efecto, lo llamaban de vez en cuando de alguna de esas<br />

casas para que fuera a hacer trabajos de pintura. Y era verdad que almorzaba allí, sea en la<br />

cocina o encuclillado en un rincón del patio. Se reía mi papá pero admiraba la dignidad de<br />

Gatica. con hilachas colgando de las mangas, es verdad, pero siempre correctamente vestido de<br />

negro, con sombrero, chaleco, cadena de oro (con o sin reloj) y corbata sobre su camisa blanca,<br />

muy remendada, lavada y relavada.<br />

Con el tiempo, Gatica y la vecina peruana se convirtieron para nosotros en una especie de<br />

símbolo. Nos acordábamos de ellos cuando estábamos más pobres y nunca dejábamos de<br />

reírnos.<br />

Otra historia de mi padre, de aquellos años, es la del aerolito. Al caer la tarde, los vecinos de<br />

Iquique se sentaban a las puertas de sus casas a tomar el fresco. Era la ocasión de conversar de<br />

cosas del trabajo, de la familia y del tiempo. Unas conversaciones pausadas sobre temas<br />

requetesabidos. Un día se produce un hecho extraordinario: pasa de sur a norte a no mucha<br />

altura, echando centellas, un cuerpo de fuego del tamaño de una pelota de fútbol.

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