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Galvarino y Elena - Luis Emilio Recabarren

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construcción que casi se caía, hecha de churque con barro y tablas viejas mal clavadas. Con<br />

sorpresa, encontré que allí vivía un minero, un viejito muy flaco, cojo y como retorcido, curtido<br />

por la intemperie. Los únicos muebles eran un cajón vacío y unas tablas, encima de las cuales<br />

había unos cueros y una cobija mugrienta. Estas tablas venían a formar una especie de<br />

plataforma cuyas patas eran unos tarros durazneros rellenos con piedras. Era el famoso patas de<br />

oso, el típico catre de los mineros del salitre.<br />

Le pregunté: -Y usted, ¿cuánto hace que trabaja aquí<br />

-Bah... como 35 años.<br />

-Y usted... ¿aloja aquí por mientras ¿Tiene su casa en Andacollo<br />

-No, pues. Esta es mi casa.<br />

A manera de disculpa agregó: -Es que nunca me he sacado la pepa.<br />

Me dijo que tenía 63 años. Parecía mucho mayor.<br />

Yo tenía 15. Saqué mis cuentas y deduje que en el oro no había un gran futuro.<br />

Mi papá era un hombre práctico. No estuvo mucho tiempo lavando. Pronto pasó a trabajaren el<br />

taller de herrería y hojalatería, donde se arreglaban las herramientas que la empresa estatal de<br />

los lavaderos entregaba a los trabajadores, y se fabricaban los indispensables baldes.<br />

Estos elementos de trabajo no alcanzaban para todos, lo que producía gran descontento. Fue uno<br />

de los motivos que llevaron a la formación del sindicato.<br />

En algunos sectores no había agua para maquinear. Era preciso acarrearla desde una buena<br />

distancia. En los pozos se formaban grupos de mineros que esperaban para llenar sus baldes.<br />

Luego los llevábamos, un balde adelante y otro atrás, colgando de un palo atravesado sobre los<br />

hombros, como he visto, en fotografías, que hacen los chinos.<br />

Las cuadrillas eran inestables. Al cabo de un tiempo surgían peleas, desacuerdos o bien, si la<br />

producción era muy baja, alguno se cansaba y se iba. Yo pasé por varias.<br />

Un tiempo estuve trabajando con Juan Tabilo en Casuto, donde había unas cuevas profundas, de<br />

veinte a treinta metros de profundidad, en cuyo fondo se abrían galerías.Para esta faena se<br />

usaban los famosos machos de ocho libras, unos martillos de fierro cuadrados,con los que se<br />

introducen cuñas en la pared arenosa o rocosa.<br />

A cada golpe, el minero lanza una especie de quejido profundo, como para ailiviar su esfuerzo.<br />

Se escucha el golpe, el quejido y de unos treinta metros más allá, llega otro quejido como un<br />

eco. La experiencia enseña cuál es la franja de material que lleva oro. Como yo era muy joven,<br />

chico y flaco, no me encargaban atacar el cerro sino la tarea de llevar a la espalda el capacho de<br />

cuero con una carga de unos cuarenta kilos de material y subir con él a la superficie. Mi flacura<br />

me permitía atravesar pasadas angostas.<br />

Al ir avanzando en la extracción de las arenas auríferas, siempre se van dejando pininos, partes<br />

que se dejan sin tocar. Vienen a ser columnas de sostén formadas con el propio material del<br />

terreno. Si en alguna parte la veta era muy rica y se hacía necesario excavar más, desde arriba se<br />

lanzaban piedras grandes, que se usaban para apuntalar la galería. Aunque los viejos decían que<br />

nunca nada era más sólido que el cerro mismo.<br />

Era permanente el peligro de derrumbes. Cuando se va a producir alguno, el cerro avisa. Eso no<br />

falla. Por ejemplo, un minero va avanzando golpe a golpe. Sin darse cuenta, puede hacer la<br />

galería más ancha de lo necesario. O puede tocarle un sector de falla o de menor densidad,<br />

cuando....¡pin! Cae una gotita, una tierrita, un chorrito de arena. O una piedrecita. Cuando eso<br />

sucede, es sinónimo de que el cerro está cediendo. Al poco rato, y pueden ser segundos, las<br />

partículas comienzan a tupir, a aumentar de tamaño, los trozos se hacen grandes, después más<br />

grandes, más grandes... Hay que salir corriendo sin esperar más porque...¡brrrubarabuam!<br />

¡Viene el derrumbe!

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