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Galvarino y Elena - Luis Emilio Recabarren

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Editado por LOM Ediciones 1" edición 1995<br />

© José Miguel Varas<br />

Registro de Propiedad Intelectual N° 94.544<br />

I.S.B.N. 956-7369-26-7<br />

Diagramación e Impresión:<br />

LOM ediciones<br />

Maturana 9, Santiago.<br />

fono : 672.2236 - tono/fax:: 671.5612<br />

IMPRESO EN CHILE<br />

El autor agradece el apoyo de FONDART(Fondo de Desarrollo de la Cultura y las Artes del<br />

Ministerio de Educación) en su concurso de 1994, que hizo posible desarrollar y completar la<br />

escritura de este libro.<br />

EL DIARIO HABLADO<br />

Habla el autor:<br />

No puedo precisar cuándo nació la idea de este libro. En 1992 comencé a someter a <strong>Galvarino</strong> a<br />

un régimen de entrevistas sistemáticas y algo más tarde entendí que también era indispensable<br />

dar la palabra a <strong>Elena</strong>. El interrogatorio, con largas pausas, diálogos interrumpidos en<br />

Coquimbo y en Santiago, envío por correo de listas de preguntas (nunca respondidas del todo) y<br />

largas conversaciones telefónicas, duró casi dos años. En realidad, había comenzado unos<br />

cuarenta años antes.<br />

En 1954 me topé por primera vez con <strong>Galvarino</strong> en el segundo patio de la vieja casa de Catedral<br />

1377, donde funcionaba entonces "El Siglo". Yo llegaba a trabajar en aquel diario, después de<br />

un par de años en la revista "Vistazo". Vi a un hombre delgado y menudo como un jockey -un<br />

metro 58, unos 48 kilos- que se precipitaba a estrecharme la mano con expresión dichosa, como<br />

si mi llegada fuese la culminación de sus mejores esperanzas. Un rostro fino, de cejas espesas,<br />

algo simiesco, plegado y desplegado en múltiples arrugas fraternales, una sonrisa nortina con<br />

abundancia de dientes blancos, una mano seca y firme, un discurso de bienvenida algo solemne.<br />

Me sentí divertido, halagado pese a mi escepticismo ante los elogios, pero no incómodo. Tuve<br />

la sensación inmediata del zapato viejo, de la facilidad absoluta con que a veces, raras, se<br />

produce una relación humana sin reservas.<br />

No me pasaba sólo a mí. Después de un tiempo pude observar que ciertos personajes de<br />

temperamento gélido manifestaban en contacto con él, un repentino deshielo. El Chico irradiaba<br />

calor. Lo irradia todavía. Uso el pretérito porque estoy hablando del pasado; en rigor debería<br />

hablar en presente para referirme a ésta y otras calidades suyas. Si en un ángulo del patio tres<br />

periodistas se mostraban sombríos o coléricos, mientras trataban una situación ingrata, como la<br />

denegación de un "suple" destinado a financiar en el boliche más cercano una colación de té<br />

puro y pan con arrollado, bastaba que Arqueros se aproximara para que en los rostros se<br />

produjera una iluminación general, como si en el interior de sus respectivas calaveras se hubiera<br />

encendido una ampolleta; todos esbozaban sonrisas o, a lo menos, desfruncían los labios. Un<br />

minuto después estallaban risas. Esto no se debía a que <strong>Galvarino</strong> fuera abundante de

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