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Galvarino y Elena - Luis Emilio Recabarren

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Cuando mi abuelo murió, yo tenía quince años. Estaba en las monjas. Era el año 1938.<br />

Teníamos un compromiso, él y yo, que nos íbamos a avisar si uno de los dos se moría. No sé, no<br />

sé, tal vez él de veras se acordó de mí, el hecho es que realmente sentí que andaba conmigo esos<br />

días. Yo rogaba para que sé alentara, a pesar que nadie me había comunicado que estaba<br />

enfermo. Después, un día temprano, cuando me tenía que ir a misa sentí un aviso y no recé más<br />

por su salud porque supe que ya era inútil. Cuando mis tías me fueron a ver, a las semanas, y se<br />

disculpaban porque no me sacaban de vacaciones todavía, yo les dije:<br />

-Sí, yo ya sé que se murió mi papá.<br />

¿Y cómo supiste- me dijeron.<br />

-Yo sé, pus- les dije.<br />

Fue para mí una pena muy grande, pero tal vez no con tanta fuerza en ese mismo instante sino<br />

después, cuando volví a la casa. Porque sentí que ya no era mi casa. Era la casa de mi tía, que se<br />

había casado. No era mi hogar, porque ya no estaba mi papá.<br />

Porque con él conversábamos de todas las cosas, jugábamos también. A mí me gustaba ser<br />

profesora y jugábamos a las clases. Jugábamos al almacén. Cosas de niños. Y él jugaba<br />

conmigo porque ahí no había más niños que la niña de enfrente, la Berta, que era mi amiga.<br />

Me encontré, pues, bastante sola. Después de la muerte de mi abuelo, mi vida cambió<br />

bruscamente. Mi tía ya tenía sus hijos y sus problemas y yo dejé de ser la…regalona.<br />

Como que quedé fuera de la familia. Se acabó mi abuelo y se acabó mi hogar.<br />

Esa es la realidad. Era la casa de mi tía y ya no era mi casa. También se desentendió de mi<br />

educación. Ella siempre había sido muy estricta conmigo, tenía sus cosas, sus ideas, pero eso no<br />

importaba. Ahora lo grave fue que ya no me sentí formando parte de una familia. En ese<br />

momento, como que me agrandé. Comprendí que tenía que tomar un camino en la vida por mi<br />

propia decisión. Fui al convento a hablar con la madre superiora y le dije:<br />

-Ahora mi abuelo se murió y ya nadie me puede pagar el internado. Yo quisiera pedirle si<br />

usted me permite seguir estudiando y pagar mis estudios trabajando.<br />

-¿En qué puedes trabajar<br />

-Enseñando.<br />

La madre superiora aceptó. Pusieron a mi cargo cuatro o cinco niñas, porras para estudiar, para<br />

que yo les enseñara lo que sabía. Porque, cuando las niñas iban atrasadas en los estudios,<br />

algunas familias ricas las mandaban a las monjas a "nivelarse" y que así no se supiera que<br />

andaban mal en los estudios. La Serena, ya dije, es una ciudad de prejuicios. Yo les hacía clases,<br />

les recuperaba todo lo que no habían aprendido y quedaban bien para continuar estudiando.<br />

Los padres de mis alumnas siempre querian hacerme regalos, las niñas me invitaban y<br />

ofrecían sacarme de vacaciones a sus fundos. Yo nunca acepté porque siempre supe cuál<br />

era el lugar mío y nunca quise andar en las partes que no me correspondía.<br />

Pero la monja me dio una vez una idea:<br />

-Mira, <strong>Elena</strong>, tanto que te quieren llevar y te ofrecen... ¿Porqué no les dices que lo que te<br />

quieran regalar lo traigan para acá, pues Que sus papitos traigan lo qué deseen.<br />

Así lo hice, y han llegado con tanta abundancia sacos de higos, sacos de papas, de nueces, todo<br />

lo que producían en sus tierras, que era cosa de no creer. Para los Dieciochos, los Años Nuevos<br />

y las Pascuas llegaban con corderos. Así que con mi trabajo yo proveía bastante al convento y<br />

las monjas me apreciaban y me cuidaban. Sé preocupaban muy discretamente de los zapatos,<br />

por ejemplo, porque a mí los zapatos se me anchan y me caigo; entonces ellas, preocupadas, me<br />

compraban zapatos, me compraban ropa, me hacían vestidos a la moda, bonitos, aunque además<br />

me tenían mi sueldo por mi trabajo de profesora. Sí, yo me sentía feliz allá con las monjas. Era<br />

bonito, era como una familia y yo no sentía ninguna necesidad de salir a la calle.

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