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Galvarino y Elena - Luis Emilio Recabarren

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Con las monjas aprendí a organizar y dirigir, algo que siempre les agradezco. Aprendí de ellas la<br />

importancia de la jerarquía, que en todas las cosas de la vida hay una cabeza. No pueden ser<br />

todos iguales. Me gustó mucho lo que me decía una monja la más cercana a mí:<br />

-Hay que saber dirigir y tener autoridad porque, si no, estas niñas, que tienen de todo y son tan<br />

orgullosas, no sacarán ningún provecho.<br />

La monja decía también:<br />

-Si te falta algo, digamos pasta de dientes, por poner un ejemplo, y les pides a ellas, se van a<br />

creer con derechos sobre ti, porque te están regalando algo. Para mantener tu autoridad y ser su<br />

profesora no tienes que pedirles nada, hay que saber mantener la distancia.<br />

Bueno, y también quise ser monja. La cosa fue así. Un día llegó de visita Gabriela Mistral. Ella<br />

tenía una hermana o prima en el convento. Entonces las monjas me encargaron que hiciera el<br />

discurso a nombre del colegio, ante la Gabriela, el obispo Subercaseaux y otras autoridades,<br />

porque yo tenía muy buena dicción. Yo lo escribí y ellas me lo revisaron. Hablé delante de toda<br />

esa gente importante y de todas las monjas y de todas las niñas, formadas en el patio con sus<br />

uniformes celestes, cuellitos blancos y calcetines blancos. La Gabriela Mistral era una mujer<br />

muy alta y maciza y estaba vestida con una ropa ancha, como un manto. Parecía que fuera una<br />

monja más importante, una obispa, algo así. No llevaba ninguna joya ni adorno. Era muy bonita,<br />

su cara lavada, tenía unos ojos verdes maravillosos y les hablaba a las niñas con mucho cariño.<br />

Después del acto, el obispo quiso hablar conmigo. Me llamó y me preguntó:<br />

-; Qué te gustaría ser a ti<br />

Le contesté que me gustaban dos profesiones: médica o profesora.<br />

-Por qué-me preguntó.<br />

-Porque me gusta trabajar con la gente. Lo malo es que no tengo plata para hacer<br />

esos estudios.<br />

-•Qué te parece si te damos una beca para que estudies<br />

-Muy lindo, sí.<br />

-Pero... ojalá pudieras ser monja.<br />

-Me gustaría ser monja- le dije, -claro que sí. Pero educada, con una profesión.<br />

El obispo me dijo:<br />

-Mira, yo tengo que ir ahora a Condoriaco, a la Fiesta del Minero (el día de San Lorenzo, 9 de<br />

agosto) y, cuando vuelva, voy a hablar con tu familia, esa tía que tienes, para que puedas irte a<br />

estudiar a Santiago. Y vas a ser monja.<br />

Yo feliz. Era como un sueño. Veía todo tan bonito. Pensaba que mi abuelo estaba ayudándome<br />

desde el cielo. Pero las cosas se dieron de otra manera.<br />

Se fue el Monseñor a la fiesta de Condoriaco y en el camino tuvo un accidente mortal, chocó el<br />

auto y se enterró el volante en el pecho. Con eso terminó mi sueño de estudiar y hacerme monja.<br />

DON TANCREDO<br />

Galvari no:<br />

Leíamos en aquel tiempo un periódico de una sola hoja, "Asiés", editado por don Tancredo<br />

Pinochet Le Brun. Tenía este periódico rasgos muy particulares propios de su dueño, director y<br />

redactor único. Por ejemplo, se indicaba junto a cada artículo el tiempo que duraba su lectura. A<br />

veces el editorial consistía en un par de líneas: era un "Editorial de cinco segundos". Su lenguaje<br />

era incisivo, cada artículo era una sucesión de argumentos que parecían irrebatibles, cargados de<br />

paradojas y humor ácido.<br />

A veces Don Tancredo daba conferencias públicas sobre asuntos de actualidad.Se pagaba una<br />

pequeña suma por la entrada. Grupos de alumnos de nuestra escuela concurrían a ellas. Me<br />

invitaron a acompañarlos y yo también acudí a escuchar a este hombre sorprendente. Exponía

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