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Galvarino y Elena - Luis Emilio Recabarren

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Al comienzo no tuve problemas. Nos hicieron clases teóricas de artillería: características de los<br />

cañones, normas para su servicio, balística. El trabajo práctico consistía en disparar aquellos<br />

cañones. Yo era "sirviente 2" y, según mis jefes, me desempeñaba con mucha eficiencia. Para<br />

mí, aquello no tenía ningún mérito particular. La tarea se limitaba a manejar el goniómetro,<br />

siguiendo estrictamente las instrucciones que un oficial daba por teléfono, marcando distancia,<br />

orientación, altura y ángulo de tiro. Si todo se hacía tal cual, el disparo daba en el blanco. Era<br />

infalible.<br />

Pero había otro asunto que sí era problemático. Cada uno tenía a su cargo un caballo: tenía que<br />

hacerle la cama (cambiar la paja en la pesebrera), limpiarlo, raquetearlo, alimentarlo, cuidarlo,<br />

mantenerlo en buenas condiciones. El mío se llama "Triulipe", nombre misterioso cuyo<br />

significado nunca he sabido. (Hasta me he desvelado tratando de imaginarme qué puede querer<br />

decir). Era un rosillo de varios metros de altura, una especie de elefante. Yo no tenía mayores<br />

dificultades para atenderlo, aunque la verdad es que siempre fui temeroso de los caballos. Pero,<br />

¿montarlo<br />

Las maniobras de ponerle las bridas y engancharlo a la cureña le tocaban a otros. Cuando<br />

salíamos a terreno, yo iba sentado en la cureña. Pero, durante las maniobras, al comenzar a<br />

disparar, cada uno debía montar en el caballo, llevarlo hasta un lugar adecuado, a cubierto de las<br />

balas, y dejarlo allí, bien protegido.<br />

Pero yo tenía demasiado temor y nunca me subí al "Triulipe". Me llamaron la atención varias<br />

veces, sin resultado. Me presionaban pero, a decir verdad, no tanto, porque tenían en cuenta que<br />

yo era buen artillero. Un vez un sargento me mandó a hablar con el capitán don Enrique<br />

Ramírez Bravo, a explicarle por qué no podía montar. Le dije que me daba miedo. Me parece<br />

que al capitán la cosa le daba risa, tal vez por el contraste entre mi escasa estatura y la<br />

descomunal alzada del caballo, pero se mantenía muy serio el hombre. Me aconsejó que tratara<br />

de superar ese defecto para ser un buen soldado, lo que no figuraba entre mis aspiraciones. Pero<br />

mostró tolerancia.<br />

Por las mañanas teníamos que limpiar los caballos Nos quedaba un espacio de tiempo libre de<br />

ocho y media a nueve y lo aprovechábamos para preparar "choca". Tomábamos tecito,<br />

comíamos un trozo de pan y hacíamos tertulia. Se acercaban las elecciones presidenciales y se<br />

hablaba bastante del tema. Un día, mientras estábamos en la "choca", uno de los conscriptos<br />

preguntó sobre los candidatos, Aguirre Cerda y Gustavo Ross. Yo hice una amplia disertación<br />

sobre lo que representaban uno y otro, el Frente Popular y la Derecha, los trabajadores por un<br />

lado, los banqueros y latifundistas por el otro. En esto, me sorprendió el teniente Correa Labra,<br />

jefe de la 6a. batería. Parece que se quedó un rato sapeando y escuchó lo que yo decía. Muy<br />

seco me ordenó presentarme en su oficina. Allí, mientras yo lo escuchaba, cuadrado y colorado,<br />

me llamó severamente la atención por estar hablando de política en el interior del regimiento, lo<br />

que estaba estrictamente prohibido.<br />

Me ordenó que le diera una explicación. Le dije que yo no me daba cuenta de haber cometido<br />

una falta... creía estar ayudando a la instrucción cívica que se nos daba, explicando cosas que la<br />

mayor parte no entendía.<br />

El teniente rechazó mis disculpas y me dio un castigo que consistía en trabajar en su oficina,<br />

pasando en limpio unas planillas del servicio que le tocaba llenar a él. Ahí me dejó, instalado y,<br />

al salir, le dijo al ordenanza:<br />

-Arqueros se va a quedar aquí castigado trabajando en las planillas. Si desea tomar un cafecito,<br />

se lo trae.<br />

No puedo decir que tenga malos recuerdos del servicio militar.<br />

Años más tarde, vi muchas veces a mi ex teniente Correa Labra, incluso después del golpe<br />

militar de 1973, cuando él ya estaba retirado. Me preguntó si tenía dificultades, si necesitaba<br />

algo. Le dije que no, porque en ese momento así era, en efecto.

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