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Galvarino y Elena - Luis Emilio Recabarren

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En 1931, yo había empezado a ir a la escuela y ya mi abuelo tenía auto. El prime auto de La<br />

Serena. Se lo manejaba un chofer que se llamaba don Florindo Venegas. A este hombre lo<br />

fondearon el año 32. Yo no entendía qué era eso de fondear y mi abuelo me dijo:<br />

-Le voy a contar un secreto, pero usted no se lo va a contar a nadie. Don Florindo era comunista.<br />

A él lo mataron por eso. Lo fondearon en el mar como al profesor Anabalón. La familia de él<br />

está en Andacollo y yo voy a ir a verla. Usted va a venir conmigo. Pero bien calladita, ¿no De<br />

esto usted no va a hablar con nadie.<br />

Pasamos a un almacén grande y mi abuelo compró muchos víveres y otras cosas no sé bien qué,<br />

y fuimos en el auto, con el nuevo chofer, a Andacollo para entregarle los paquetes a la viuda de<br />

don Florindo que vivía allá con sus niños. Después volvíamos todas las semanas a dejarle<br />

mercadería. Esto yo vine a entenderlo cabalmente años más tarde. Mi abuelo me dijo una vez en<br />

uno de esos viajes:<br />

-Los comunistas luchan por toda la gente. Don Florindo fue un hombre bueno.<br />

Nunca se me ha borrado el nombre de aquel compañero.<br />

Vino la crisis y había gente que le metía miedo a los niños con los cesantes. "¡ Uy llegaron los<br />

cesantes! ¡Cierren las puertas! Mi abuelo retó a una de mis tías, que decía esas cosas, y le dijo:<br />

-¿Por qué le dice eso a la niña No es así.<br />

Y a mí me explicó:<br />

-Usted tiene que saber que ser cesante es no tener trabajo. Si el día de mañana yo quedo sin<br />

trabajo y no gano plata, paso a ser cesante y usted no tendría por qu asustarse de mí. Eso<br />

significa ser cesante.<br />

Los prejuicios eran tremendos, el no querer enseñarle a la gente y andar viendo e1 pecado en<br />

todo. Y La Serena debe haber sido mucho peor en esto que cualquiera otra parte de Chile.<br />

Cuando chica, un tiempo quise ser prostituta. Después estuve a punto de entrar de monja. Al ir a<br />

la escuela, pasaba por la calle Matte y ahí, en una casa, había unas niñas tan lindas, siempre<br />

asomadas a la calle por unos ventanales abiertos, con vestidos maravillosos, bien arregladas y<br />

pintadas. A veces las veía bordando cosas muy bonitas. A mí me gustaba mirarlas.<br />

Una tarde, mi abuelo me preguntó:<br />

-¿Y qué quiere ser cuando grande<br />

-Yo quiero ser como esas niñas de la calle Matte,- le dije muy decidida-, tan<br />

bonitas que son...<br />

-Sí,- me dijo medio pensativo-, son bonitas. Pero, ¿sabe Vamos a conversar de<br />

eso.<br />

Me habló con mucha calma:<br />

-Esas niñas viven ahí, en esa casa. Pero esos trajes que usan no son de ellas, se los presta una<br />

señora, la dueña de la casa. Y para poder usarlos, ellas tienen que hacer todo lo que les mande la<br />

señora. Ella tiene un álbum así tan grande donde están las fotos de todas esas niñas bonitas.<br />

¿Usted conoce al Chocoy<br />

Claro que lo conocía. Era un vagabundo, un hombre de esos que hay siempre en los pueblos,<br />

siempre medio borracho, miserable, que pedía limosna. "El Chocoy", decía la gente, con un<br />

tonito especial. Daba miedo y lo usaban para meter susto, para que los niños se tomaran la sopa.<br />

-Bueno, pues -siguió mi abuelo-, el Chocoy junta plata de la que le dan, va a la casa donde están<br />

esas niñas, elige una del álbum de fotos, pone su dedo cochino encima y dice: "Con ésta quiero<br />

bailar yo".<br />

-¿Y ella tiene que bailar con él- pregunté yo, muy impresionada.<br />

-¡Claro que sí! Porque, si no, la señora le quita los vestidos y la echa a la calle.<br />

-¡Ah no!- dije yo-, ¿bailar con el Chocoy ¡Eso sí que no!

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