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Galvarino y Elena - Luis Emilio Recabarren

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A veces un gallo está tan entusiasmado con una veta que no presta atención, ignora las<br />

advertencias. Con la fiebre de la riqueza ni le importa que se le caiga encima el cerro. Y adiós.<br />

Hubo casos así. ¡Qué curioso es el ser humano!<br />

Con Juan Tabilo no nos fue muy bien en los pozos profundos. Entonces comenzamos a relavar<br />

un desmonte. O sea, a repasar un montón de material ya explotado donde siempre quedan restos<br />

de metal. Así conseguíamos sacar medio gramo, un gramo de oro al día que, siendo poco, no era<br />

tan poco. Es una faena agotadora, ingrata, pero a la larga, va dando un rinde regular. La<br />

hacíamos a falta de algo mejor.<br />

En esto Tabilo encontró que no era práctico que los dos dejáramos la pega para ir a almorzar.Me<br />

dijo:<br />

-Mira, allá en la pensión hay una niña conocida mía. Se llama Rosalía. Tú lleva un tarro,<br />

almuerzas allá y, al final, le pides que te dé, en el tarro, comida para el perro. Eso, por si la<br />

patrona escucha. La Rosalía ya está de acuerdo, la tengo palabreada.<br />

Así se hizo. Cada día, cuando yo terminaba de almorzar, ella me preguntaba si le iba a llevar<br />

"comida para el perro". Yo le decía que sí y ella me echaba una buena cantidad de lo mismo que<br />

se servía a la clientela. Pero de veras parecía comida para perro, porque echaba todo mezclado,<br />

ensalada con sopa y algo de guiso del segundo. A veces un pan entremedio. Sí, aquello tenía un<br />

notorio aspecto de comida para perro.<br />

En este punto, debo desmentir de la manera más categórica una versión sobre este hecho, que<br />

circuló un tiempo por Andacollo. Según algunas personas aficionadas a reírse del prójimo, yo<br />

pedía comida para el perro sin que Tabilo lo supiera. Con lo cual, sostienen, yo me embolsaba<br />

los veinte o treinta centavos que costaba el almuerzo. ] Incluso, en su maligno refinamiento,<br />

afirman que Tabilo algunas veces murmuraba, mientras comía: "¿Por qué mandarán esto así,<br />

todo mezclado Si parece comida para perro".<br />

Mis detractores llegaron al extremo de decir que en cierta ocasión, un día de semana que Tabilo<br />

decidió bajar él al pueblo y dejarme a mí en Casuto, fue finamente atendido por la dueña de la<br />

pensión. Ella le preguntó con mucho interés: "¿Cómo está el perrito", y como él la miró sin<br />

entender, insistió: "El perrito, pues. Ese perro grande que tienen allá arriba. El niño que trabaja<br />

con usted le lleva todos los días la comida en un tarro". Esa es una calumnia miserable y carente<br />

de fundamento. Ahora bien, como motivo de chacota en la tertulia del bar, no se puede negar<br />

que es divertida, por lo menos por una vez. Pero estuvieron años con el temita, no hay derecho.<br />

EL ORO DE LA IGLESIA<br />

Una vez con el cabro Valdivia, que era de mi edad, le sacamos oro a la Iglesia.” Fue poco<br />

después de la Pascua de 1934. Nos había ido pésimo todo el último tiempo. ¡Estábamos tan re<br />

pobres! No encontrábamos ni un miligramo de metal, no teníamos ni para hacer cantar a un<br />

ciego. Se acercaba el Año Nuevo.<br />

¡Cómo nos va a pillar sin plata!, -dijo el Valdivia. -Busquemos en otro lado.-<br />

Llevábamos ya varias semanas sin conseguir más de un cuarto de gramo o algo así después de<br />

ocho horas o más de trabajo. Bueno, eso comúnmente le pasaba a todos, cuando venía la mala.<br />

En la minería siempre hay una cuota de suerte.<br />

Ibamos bajando y llegamos a la Plaza Videla, donde está la iglesia nueva. Videla por el famoso<br />

cirujano, héroe de la Guerra del Pacífico, oriundo de Andacollo. La iglesia es enorme y la rodea<br />

un terreno muy amplio que tenía en todo el perímetro una pirca de piedra de su metro veinte de<br />

altura.<br />

Valdivia era medio leso, pero pillo también. Se le ocurrían cosas. Me dijo:

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