11.01.2015 Views

Galvarino y Elena - Luis Emilio Recabarren

Galvarino y Elena - Luis Emilio Recabarren

Galvarino y Elena - Luis Emilio Recabarren

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Siempre hice ese viaje solo, de ida y de vuelta. Una vez me preguntaron si no me daba miedo de<br />

un posible asalto. Yo no había pensado en esa posibilidad, pero al partir de ese momento me dio<br />

miedo. Consulté con un compañero de confianza qué podía hacer para protegerme y me<br />

recomendó que comprara una pistola. Consulté con los compañeros del Comité Regional y<br />

estuvieron muy de acuerdo. Quedó entendido que el arma la usaría yo, pero que no iba a ser de<br />

mi propiedad personal y propia, sino del Partido.<br />

En una armería de La Serena, que me indicaron, compré una pistola empavonada, grande y de<br />

aspecto muy peligroso, marca Walter. Con unos compañeros mineros salimos un día por los<br />

cerros y disparamos varios tiros de prueba. Pero cuando me tocó hacer el viaje siguiente, vacilé:<br />

¿iba a salir armado Y, si me asaltaban, ¿me iba a agarrar a balazos con los asaltantes, con<br />

riesgo de matar a alguno o de que me mataran a mí No me supe ver en tal entrevero. La pistola<br />

había costado cara. Tampoco quería arriesgarme a que me la robaran. Al final dejé la pistola en<br />

la caja de fondos y me fui desarmado, como de costumbre.<br />

Sí, pues, en el rancho que me servía de oficina y casa, tenía hasta caja de fondos, para guardar el<br />

oro, claro está. Pero éramos tan confiados...<br />

En esos tiempos a mí me encantaba bailar y en el pueblucho se instaló un salón de baile. Le<br />

sacábamos chispas al suelo bailando valse y foxtrot. Había algunas niñas. Una tarde de fiesta<br />

que yo estaba especialmente entusiasmado, salí temprano de la casa, vestido con mis mejores<br />

galas, engominado y perfumado. Como a las dos horas, cuando el baile estaba en lo mejor, vino<br />

un niño, hijo de un vecino y comenzó a hacerme señas. Yo no le hacía juicio, embebido en la<br />

danza con una dama muy estimada en la zona. Al final, el chiquillo empezó a tirarme de la<br />

chaqueta, con tanta insistencia, que comprendí que pasaba algo serio. En voz muy baja me dijo<br />

al oído:<br />

-Don Juanito, se le quedó la oficina abierta...<br />

Sentí un vuelco al corazón. Me disculpé con mi pareja y partí corriendo. Por suerte era cerca.<br />

Todo era cerca. De lejos se veía mi casucha iluminada con la lámpara de carburo, la puerta<br />

abierta hasta atrás. Entré con el corazón en la boca. No había nadie.<br />

Para peor, arrastrado por el demonio del baile, yo había salido desalado sin ni siquiera cerrar la<br />

caja de fondos. Estaba abierta y adentro, a vista y paciencia y al alcance de cualquiera, había dos<br />

pailas casi llenas de oro. Habría sido cuestión de estirar la mano. Me vinieron escalofríos y<br />

estuve horas pesando y repesando para asegurarme que no faltara ni un gramo. No faltaba.<br />

Yo no sabía ni quise saber nunca nada sobre el destino del metal después de entregárselo a don<br />

Gustavo en La Serena. Pero al llegar por primera vez a su casa tuve una sorpresa.<br />

Hay cosas que todavía hoy me parecen raras. Del oro que entregaban las cuadrillas se<br />

descontaba el diez por ciento como derecho de la sociedad minera dueña de la mina; por la<br />

molienda en el trapiche que tenía la organización, otro diez por ciento más: se descontaba el<br />

valor de los explosivos, tanto. Los descuentos significaban una cantidad importante, pero en<br />

relación con tan alta producción, siempre quedaba bastante para los mineros. En esos tiempos<br />

no había sumadoras, así que yo sumaba cinco o seis veces para comprobar todas las cifras.<br />

Tengo entonces, la primera vez, un total de catorce kilos y 750 gramos de oro. Al revisar de<br />

nuevo las cantidades producidas por cada cuadrilla, me da como ochenta gramos más. A mí me<br />

habían enseñado que la fidelidad no es buena consejera con el oro: siempre hay que ponerse a<br />

cubierto, dejando un cierto margen a favor del que compra, por si las moscas. Ese por si las<br />

moscas, resultaba al final como ochenta gramos. Yo revisaba: cuadrilla de Manuel Barniza,<br />

tanto; cuadrilla de Juan Fuentes, tanto. Y al sobrarme ochenta, las cantidades no me cuadraban.<br />

Entonces, no pude cerrar el libro.<br />

Cuando llegué a la casa de don Gustavo, él me dijo:<br />

-Y, ¿cómo te fue<br />

-Bien, pero tuve un problema.<br />

-¿Qué problema ¿Estás perdiendo plata

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!