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Galvarino y Elena - Luis Emilio Recabarren

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Unos días después vi al Chocoy durmiendo en el suelo, cerca de la plaza. Roncaba con la boca<br />

abierta, lleno de mugre y de moscas. Asqueroso. Con eso me afirmé en la decisión de no seguir<br />

la profesión de las niñas de la calle Matte, aunque me quedara sin vestidos bonitos.<br />

Yo tuve contacto con mi mamá, pero no, se puede decir, una relación de hija y madre. Ella era<br />

una mujer muy inteligente y siempre, cuando ella iba a la casa, a mí me gustaba. Hay una<br />

canción que dice de las estrellas, y mi mamá se sentaba y empezaba a nombrarme las estrellas...<br />

Y a mí me gustaba tanto. Inventaba historias de fantasía Bueno, ella había estudiado en la<br />

Escuela Normal y después en las monjas.<br />

Tuvo otros hijos con mi padre, la Marta y el Manuel. La Marta murió muy joven a los 23 años y<br />

Manuel, hace unos cuatro años. Ellos estaban muy orgullosos de su apellidos, eran Rojas<br />

González. Y yo no, yo era González no más. Me lo hacían notar pero para mí esa diferencia no<br />

tenía tanto valor.<br />

Pero, además, mi mamá tuvo otra hija, la Inés, que también es Rojas González Para mí fue una<br />

cosa misteriosa. Entonces, yo era todavía bien chica. Un día llegó mi mamá con una guagua, se<br />

arrodilló delante de mi papá (mi abuelo) y empezó a llorar y a pedirle perdón. Yo no entendía<br />

nada, pero me quedaba calladita. Me había enseñado mi abuelo a ser prudente y no andar<br />

preguntando de más. Pero con él yo tengo confianza. En la tarde le pregunté por qué había<br />

llegado mi mamá con esa guagua y porqué lloraba.<br />

-Ah- me dijo él-, lloraba porque tuvo esa guagua.<br />

Lo encontré raro, pero dejé la cosa hasta ahí. ¿Y no resulta que a los dos meses la tía que me<br />

crió, que era casada, tuvo guagua también Y yo anduve todo el día detrás de mi abuelo para ver<br />

el momento en que ella se pusiera de rodillas a pedirle perdón. En la tarde todavía no había<br />

pasado nada y yo le pregunté a mi abuelo:<br />

-¿Por qué mi tía Celinda no le pidió perdón de rodillas, si ella también tuvo guagua, igual que<br />

mi mamá<br />

Mi abuelo casi se ahogó de la risa.<br />

-No, pues-me dijo-, es distinto. Esta guagua la tuvo la Celinda en su matrimonio, con su marido,<br />

¿entiende<br />

-No- le dije-, no entiendo nada. Para mí son lindas las dos guaguas.<br />

Después la vida me fue enseñando por qué era distinta, para él, una guagua de la otra. Pero yo<br />

nunca tuve esos prejuicios. Para mí eran iguales y siguieron siendo iguales todos los niños.<br />

Todos los días a la oración, como se decía en esos años, o sea, cuando estaba atardeciendo, yo<br />

hacía mis tareas y me sentaba a leerle a mi abuelo. Le leía los diarios que él compraba. Entendía<br />

algunas cosas, otras no, pero hasta hoy me acuerdo de muchos sucesos de esos años que supe<br />

por la prensa. Esa era una manera que él tenía de educarme también. Entonces, ése era mi<br />

abuelo. El era así. Con los años, mis tías se casaron y se fueron, mi abuelo se quedó solo y yo<br />

entré a estudiar, interna, en el colegio del convento de las monjas de La Providencia.<br />

CORRESPONSAL DE GUERRA<br />

<strong>Galvarino</strong>:<br />

Después de la caída de Ibáñez los cambios esperados no llegaron. Continuaba 1a crisis la<br />

cesantía aumentaba en lugar de disminuir y así también crecía el descontento, que se<br />

concentraba contra el jefe de la Junta de Gobierno Manuel Trucco y su Ministro de Hacienda,<br />

Pedro Blanquier.<br />

En la escuela, en conversaciones con el grupo de alumnos más inquietos, nuestro profesor hacía<br />

notar que, aparte de la libertad de los presos políticos y confinados (hoy se dice relegados) y el

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