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Galvarino y Elena - Luis Emilio Recabarren

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-No.<br />

-¿Y qué problema tienes ¿Traes el libro<br />

-Sí, aquí están todas las cuentas.<br />

-¿Y cuánto traes en concreto<br />

Bueno, era esa cantidad que dije antes, catorce kilos 750 gramos de oro.<br />

-Pero no me cuadra- le dije, -me sobran ochenta gramos de oro.<br />

Me quedó mirando como si no me creyera: - ¡ Bueno que soi bien de las chacras! me dijo<br />

luego-. Pon ahí, Pedro Tapia, ochenta gramos. Y con eso cierras.<br />

-¿Y la plata<br />

-¡Puchas! Tú no tenis remedio- me dijo-. No sabías como cerrar el libro, ahora no sabís que<br />

hacer con la plata... ¿No la vai a botar, no es cierto Anda a la Caja de Ahorros, saca una libreta<br />

y cada vez depositas el valor en pesos de los gramos que te van sobrando. ¡No, si tú te pasaste<br />

de leso! Y te sobraron ochenta gramos apenas, hay gallos que les sobra un cuarto de kilo. ¡Psch!<br />

¡80 gramos! Casi no te quedó nada.<br />

Y me quedó mirando fijo a los ojos.<br />

¡Chupalla! Sentí como si me hubieran dado un martillazo en la cabeza. A mí me pagaban un<br />

sueldo. Yo ganaba, no sé, algo como ochocientos pesos al mes... ¿y después iba a ir a la Caja de<br />

Ahorros y a poner todos los meses cinco o seis veces más de lo que ganaba ¡No era posible una<br />

cosa así! ¿Qué explicación podía tener eso Me acuerdo que al salir de la casa de don Gustavo<br />

me sentí medio mareado. Hasta enfermo, porque...¡¿cómo iba a ir a la Caja de Ahorros y a<br />

depositar, a echarme al bolsillo eso, que no era mío! Pasé a una pastelería y me tomé una taza<br />

de té. Pensé en la situación hasta que decidí: esto tengo que canalizarlo bien, tengo que ir al<br />

Regional.<br />

-Compañeros, tengo algo que exponerles, una situación muy delicada, en esto de la mina de oro.<br />

Es una cosa muy privada.<br />

Les conté. Estaban los dirigentes: Pascual Barraza, Cipriano Pontigo... otros más. Escucharon<br />

mi relato con muchísima atención.<br />

Al final se quedaron muy callados. Después de un rato, Pascual me preguntó:<br />

-Bueno, compañero, ¿y usted qué piensa<br />

-Seguir el consejo de don Gustavo, pues. Cuadro con cualquier nombre y cierro el libro.<br />

El silencio estaba de cortarlo.<br />

-Pero- agregué-, esa plata yo no la pongo a mi nombre.<br />

-¿No<br />

-¡No!<br />

-¿Y qué hace con ella<br />

-Se la entrego al tesorero del Comité Regional.<br />

Se les reía la cara.<br />

-¡Nos llegó el pan del campo!- dijo Pontigo.<br />

Otro compañero dijo: -Este sí que es el oro de Moscú.<br />

Pascual lo miró feo. Con los años llegó a tener mucho sentido del humor, pero en esos tiempos<br />

no se hacían bromas con ciertas cosas. Pero estaban tan contentos los compañeros... ¡Habrían<br />

querido darme un beso, hacerme un monumento!<br />

Con esa plata del oro se solucionaron todos los problemas. Aumentaron en quinientos por ciento<br />

los funcionarios del Regional, se ayudó en la campaña de finanzas de "El Siglo", me refiero al<br />

de La Serena, se visitaron las localidades, se organizó Partido, se cumplieron otras tareas. Fue<br />

un tónico.<br />

La cosa siguió marchando. Del oro yo no sabía más que lo dicho: lo entregaba a don Gustavo,<br />

cerrando la cuenta según sus indicaciones, con alguna cuadrilla fantasma por el excedente. El<br />

me daba un recibo conforme. Yo no sabía qué hacía él con el oro, a quien se lo entregaba. Nada.<br />

Nunca lo he sabido.

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