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Ludwig van BEETHOVEN<br />
comienzos <strong>del</strong> siglo XVII, cuando Claudio Monteverdi<br />
comenzaba a gestar sus dramas musicales, eso que<br />
en algún momento comenzaría a llamarse ópera y que,<br />
no hay que olvidarlo, en ese entonces era considerado<br />
un género <strong>del</strong> teatro y no de la música. En una de las<br />
obras incluidas en su Octavo libro de madrigales, Il<br />
Combattimento di Tancredi e Clorinda, sobre un<br />
texto de Torquato Tasso extraído de La Gerusalemme<br />
liberata, el músico cuenta el combate mortal entre dos<br />
guerreros. Uno de ellos es la mujer sarracena que el<br />
otro amó durante su cautiverio, vestida con armadura<br />
y, claro, irreconocible hasta que moribunda se saca el<br />
yelmo para que el cruzado victorioso le traiga en él<br />
algo de agua. La primera mención erótica al cuerpo<br />
femenino de Clorinda aparece en el preciso momento<br />
de la herida mortal. “Stringe egli il ferro nel bel sen<br />
di punta / che vi s’immerge e’l sangue avido<br />
beve” (hunde él el hierro en su bello seno, de punta,<br />
y allí se sumerge y la sangre ávido bebe), dice. Y<br />
continúa: “…e la veste, che d’or vago trapunta<br />
/ le mamelle stringe a tenere e lieve / l’empie<br />
d’un caldo fiume…” (y su vestimenta, de precioso<br />
oro tejida, que sus pechos sujeta, perfectos y <strong>del</strong>icados,<br />
se empapa de un cálido oleaje). Este romance<br />
entre Eros y Thanatos aparece musicalizado con<br />
procedimientos habituales en la seconda pratica,<br />
ese moderno estilo que acumulaba disonancias para<br />
lograr efecto dramático. Por eso es que la polémica<br />
mantenida por el músico y teórico Giovanni Maria<br />
Artusi con Monteverdi debe entenderse, más que<br />
como un ataque personal, como una crítica a toda la<br />
seconda pratica en general y, en particular, a esta<br />
búsqueda de novedad y originalidad que, en muchos<br />
aspectos, predetermina la relación que existiría para<br />
siempre entre sonido y sentido teatral. En Imperfetioni<br />
<strong>del</strong>la moderna musica (Imperfecciones de la música<br />
moderna), editado en 1600 –con una segunda parte<br />
publicada en 1603– Artusi (en realidad una de las<br />
pocas voces discordantes) critica a los modernos<br />
en aras de las viejas virtudes de la polifonía. Las<br />
“innovaciones arbitrarias”, dice, “ofenden al oído”.<br />
Opone los “afetti” y la peligrosa e ingobernable<br />
subjetividad a la música que “obedece a reglas”.<br />
Objetividad frente a subjetivismo o, mejor, belleza<br />
en lugar de expresión. Su opúsculo está planteado<br />
como un diálogo en el que no falta un defensor <strong>del</strong><br />
nuevo estilo, llamado con cierta insidia –y falta de<br />
artusiana objetividad– El Obtuso Académico. Uno<br />
de los contendientes argumenta, en un momento,<br />
que a los músicos modernos “no les interesa lo que<br />
digan, pues les basta con saber ensartar las solfas a<br />
su manera y con enseñar a cantar sus cantilenas a los<br />
cantantes con muchos movimientos corporales que<br />
acompañan a la voz de tal forma que al final aquellos<br />
se comportan como si pareciera, justamente, que se<br />
murieran, consistiendo en esto la perfección de la<br />
Música”. Lo notable es que apenas con un cambio de<br />
matiz valorativo el mismo texto serviría a la perfección<br />
para describir las virtudes de las nuevas maneras de<br />
componer, <strong>del</strong> naciente estilo <strong>del</strong> barroco y, sobre<br />
todo, <strong>del</strong> melodrama. Si bien parte de los ataques de<br />
Artusi se dirigen a la monodia acompañada, al recitar<br />
cantando que constituiría el eje de lo operístico –y<br />
que permanecería en la ópera clásica como recitativo–,<br />
las menciones a “asperezas”, a “ofensas al oído”<br />
y, más precisamente, a “aquellas disonancias” se<br />
refieren sin duda a lo que entonces era moda. “…si<br />
hacéis uso de las disonancias porque pretendéis que<br />
se oigan de modo manifiesto, pero sin que ofendan el<br />
sentido auditivo –inquiere–, ¿por qué no las usáis de<br />
la manera habitual, razonadamente, según la forma<br />
en que compusieron Adriano (Willaert), Cipriano (De<br />
Rore), Palestrina, Porta, Gabrielli, Gastoldi, Nannino,<br />
Giovanelli y tantos y tantos otros de la misma<br />
Academia ¿Acaso éstos no hicieron oír asperezas<br />
Fijaos en Orlando di Lasso, Filippo di Monte, Gaches<br />
Vuert (sic); en todos descubriréis enormes montones<br />
de disonancias…”<br />
6 CUADERNOS DE PICADERO