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237 - Scherzo

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CONTRAPUNTOLA ASCENSIÓN DE UNASUPERPOTENCIA ORQUESTAL152El 26 de marzo de 1977 estaba yo en una habitación de hotelen Hong Kong, zapeando de un canal a otro, cuando, a travésde una borrasca de electricidad estática, apareció BeijingTV con una programación inesperada. Para mi asombro, ahíhabía una orquesta sinfónica. Salió el director, levantó los brazos ycomenzó el primer movimiento de la Quinta de Beethoven. Miré elcalendario. Era el 150 aniversario de la muerte del compositor y elrégimen había elegido aquel momento para anunciar el fin de laRevolución Cultural.El simbolismo fue inconfundible. Durante los desmanes cometidosa lo largo de una década por los Guardias Rojos, las orquestaschinas fueron disueltas y sus músicos enviados a los arrozales parasu “reeducación”. A los violinistas se les rompieron los dedos y a losoboístas se les destrozaron los dientes. Las personas que descubiertasescuchando música occidental sufrieron malos tratos y encarcelamiento.La severidad de estas sanciones sirvió para subrayar el significadodesproporcionado que China daba a la orquesta, un organismopotencialmente subversivo que no tenía nada que ver con elpartido y un conducto para importar la cultura extranjera.En China, la orquesta representa más que un sonido bonito. Losmúsicos chinos se jactan de que en Shanghai se fundó en 1879 laprimera orquesta del hemisferio oriental y el primer conjunto sinfónicoen 1908, un centenario que se acaba de celebrar en todo el paíscomo un acontecimiento de orgullo nacional. También hace ochentaaños Huang Zi compuso Reminiscencia, la primera obra orquestalchina. La orquesta en China fue tanto un propulsor de la culturanacional como un espejo de la civilización europea. Cuando el conservatoriovolvió a abrirse en Beijing en 1978, los cerca de dieciochomil aspirantes por poco derribaron las puertas para entrar. Cuandolos músicos y directores empezaron a volver de sus exilios rurales odel extranjero, los hacedores de la China moderna aplicaron el viejolema maoísta de “dejar que florezcan mil flores” al sector orquestalrenacido. Con el apoyo de del líder del partido, Jiang Zemin, quetoca el piano y es un gran aficionado a Mozart, China empezó adesarrollar la industria concertística más activa del globo.Lo cuentan las estadísticas. Una encuesta recién hecha por laAsociación de Orquestas Alemanas muestra que hay actualmente561 orquestas profesionales en el mundo, trabajando 31 semanasde media por año y con músicos suficientes para hacer una Quintade Beethoven. La mayoría son de Alemania, que tiene 133 orquestas—menos que las 166 de antes de la reunificación. Luego vieneEstados Unidos con 50 —excluyendo las orquestas universitarias yde aficionados—, seguido muy de cerca por China, que ya tiene eldoble de orquestas que Gran Bretaña o Francia y donde aparecennuevas cada dos por tres.En una conferencia orquestal para la zona de Asia y el Pacíficoen Shanghai, hace unas semanas, los directores de la Fundaciónpara el Desarrollo Sinfónico Chino me contaron que ahora hay 43orquestas en el país y están en proceso de formación otras seis. Alfinal de esta década, China estará en segundo lugar en cuanto anúmero de orquestas y a punto de superar a Alemania. “Hay unacompetencia sana”, me contó un funcionario. “Cuando una ciudadchina consigue una orquesta, la ciudad de al lado quiere una también”.Tampoco existe escasez de publico. La temporada de conciertosconsta de programas variados de música occidental, china yde cine, figurando entre las favoritas obras como Las buenas noticiasllegan a las aldeas fronterizas de Ma Hongye. El nivel de interpretaciónes muy elitista y los jóvenes músicos que vuelven de losconservatorios europeos y estadounidenses, más los extranjerosque son contratados, suben el nivel de preparación año tras año.Un concierto de música china de la Orquesta Sinfónica de Shanghaial que asistí, con cuatro solistas tocando instrumentos indígenas, nodefraudó el criterio occidental de conjunto y armonía. Fue una ele-gante y atractiva interpretación, con el teatro casi lleno.Las orquestas chinas ya empiezan a presentarse fuera de su país.La Orquesta Filarmónica China tocó este año para el Papa en Roma yla de Shanghai pronto hará una gira por España. Se están construyendonuevas salas de concierto, y no sólo el Centro Nacional paralas Artes Escénicas en Beijing, levantado para coincidir con la Olimpiada.Hay un plan inimaginablemente ambicioso para edificar undistrito dedicado a los artes en Hong Kong. El proyecto resulta muyatractivo para varias personas, entre otros, Michael Lynch, el directorsaliente del South Bank. Para 2012, cuando Londres sea anfitriona delos Juegos Olímpicos, China estará luchando por la preeminencia enla música orquestal. Del mismo modo en que las fabricas chinasarrebataron a las italianas la hegemonía en la manufactura de zapatos,camisas y corbatas de seda, las orquestas de China se ofrecerána precios más bajos para las industrias del cine y del juego, socavandoel dominio londinense del lucrativo mercado de las bandas sonoras.Al menos eso es lo se supone que va a ocurrir.Sin embargo, más allá de la fachada de inexorable expansión,emerge un cuadro más frágil y fascinante de la cruda evolución darwinianaque está en el corazón de una economía controlada. Cuandolos funcionarios hablan de una “competencia sana”, lo que quierendecir es una rivalidad local. La Filarmónica de Shanghai estuvo ausentede la cumbre celebrada hace poco después de reñir con la Sinfónicade Shanghai. Dentro de la Sinfónica de Shanghai hay agrios murmulloscontra el nombramiento de Long Yu, un hombre con sólidasconexiones dentro del Partido, como el nuevo director musical. LongYu, de 44 años, que estudió en Berlín, ya es director de la FilarmónicaChina y del Festival de Música de Beijing. Hay quien dice que estáintentando convertirse en el primer emperador musical de China. Ensu Herbert von Karajan, digamos. Yu es el director preferido de laestrella musical más importante de China, el pianista Lang Lang, cuyacelebridad desde las hazañas inaugurales de la Olimpiada le ha colocadomucho más allá que las exigencias recónditas de la música clásica.El joven ya adorna gigantescas vallas y anuncia tarjetas de crédito.Lang Lang, debido a su omnipresencia mediática, se ha convertido enun modelo a imitar para 30 o 40 millones de niños chinos que estudianpiano, pero también es una figura conflictiva que causa disensionesdentro de la floreciente infraestructura musical. Los gerentesorquestales me contaron que ya no pueden pagar el caché de unmillón de yuanes (un poco más de 110000 euros) que Lang Langcobra por un concierto, sin hablar de las otras condiciones que exigecomo super-estrella. El padre de Lang Lang le contó a un gerente quesu hijo no tocaría con su orquesta si contrataba a su archi-rival YundiLi en el mismo año. Li, ganador en Varsovia del concurso Chopin de2000, y un artista de atributos significativamente más tranquilos, se haquitado de en medio, al parecer, mudándose a Hong Kong.La gente susurra que la enemistad de Lang Lang le ha costadoa Yundi Li su agente en el extranjero y su contrato para grabar —Deutsche Grammophon me confirmó que el contrato del pianistaha sido anulado pero no me dieron la razón— y a los gerentes chinosles encanta la puja y la pugna del negocio musical, aunque elpartido controla todas las decisiones importantes. La secreta interacciónde la política con la cultura hace difícil pronosticar el plenoflorecimiento del futuro musical chino pero no se debe subestimarel valor simbólico del renacimiento orquestal. China está formandograndes orquestas como un síntoma de su poder económico y laclase representada por los ejecutivos asiste a los conciertos enmasa como manera de renunciar al sombrío y nunca mencionadopasado revolucionario. Las orquestas de China pueden o no convertirseen las campeonas del mundo, pero para muchos chinossimbolizan faros de esperanza en tiempos cada vez más inciertos.Norman Lebrecht

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