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Gonzalo Rojas - Revista de la Universidad de México - UNAM

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chillo. Cínife se asomó para comprobar que ningún cor -tesano rondara cerca. Des<strong>de</strong> <strong>la</strong> puerta dijo:—Y aun con esas vidas en <strong>la</strong> conciencia, busca magospara matarlos. Está loco.—¿Por qué siguen viniendo? ¿Qué no saben que loúnico que les espera aquí es <strong>la</strong> hoguera? —preguntó unamujer que limpiaba pescado.—Por <strong>la</strong> montaña <strong>de</strong> oro que el Lobo jura que dará almago que lo ayu<strong>de</strong> a tener un hijo varón —contestó Orri.—Pues yo no vendría, ni por oro, ni por nada —afir -mó un mozo.Orri movió <strong>la</strong> cabeza y vació <strong>la</strong> cebol<strong>la</strong> en un cal<strong>de</strong>ro.—Cínife —or<strong>de</strong>nó—, trae un saco <strong>de</strong> harina <strong>de</strong> <strong>la</strong>bo<strong>de</strong>ga. Y uste<strong>de</strong>s… ¡muévanse! Los <strong>de</strong>más han <strong>de</strong> te -ner hambre, y <strong>la</strong>s pesadil<strong>la</strong>s <strong>de</strong>l rey no nos servirán <strong>de</strong>excusa si no llevamos <strong>la</strong> cena caliente a <strong>la</strong>s mesas.Los esc<strong>la</strong>vos se dispersaron.Impreso por Master of the Ban<strong>de</strong>roles, 1450-1475—No. Qué<strong>de</strong>nse aquí… jueguen. Tal vez <strong>la</strong> suertesea más generosa con uste<strong>de</strong>s que con mi padre —contestó.Se ciñó <strong>la</strong> capa y salió con Béogar.En el resto <strong>de</strong>l castillo soldados, cortesanos y esc<strong>la</strong>voscontuvieron <strong>la</strong> respiración. Algunos hicieron <strong>la</strong> seña con -tra el mal <strong>de</strong> ojo. Todas <strong>la</strong>s voces se sofocaron a una ylos animales que dormían en <strong>la</strong>s cuadras se <strong>de</strong>spertaron.Nadie se atrevía a intervenir en el pleito: el rey, lo sabían,estaba borracho y ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> fantasmas. Por eso llorabay mal<strong>de</strong>cía.Llevaba tres días y sus noches encerrado con más <strong>de</strong>veinte odres <strong>de</strong> vino y rechazaba <strong>la</strong> comida que sus hijasy <strong>la</strong> reina le ofrecían. Un esc<strong>la</strong>vo, Cínife, lo había oídodiscutir con los fantasmas que lo atormentaban. Ocultotras un tapiz había espiado al rey cuando éste, arrodil<strong>la</strong>do,pedía perdón a los espectros <strong>de</strong> los magos quehabía enviado a <strong>la</strong> hoguera. Más tar<strong>de</strong>, en <strong>la</strong>s cocinas,<strong>de</strong>scribió a un público <strong>de</strong> esc<strong>la</strong>vos ale<strong>la</strong>dos cómo el reyse arrastraba y rogaba al aire vacío:—Se tapaba los ojos, se arrancaba los pelos y se re -torcía como si tuviera un cuchillo en <strong>la</strong>s tripas. Es <strong>la</strong> mal -dición <strong>de</strong> Tórto<strong>la</strong> —repetía con aire <strong>de</strong> suficiencia, mien -tras alzaba un índice admonitorio.Los mozos y <strong>la</strong>s <strong>la</strong>van<strong>de</strong>ras que lo escuchaban asintieron.Orri el cocinero, un esc<strong>la</strong>vo gordo y plácido queescuchaba <strong>la</strong> historia sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> pe<strong>la</strong>r cebol<strong>la</strong>s, se limpió<strong>la</strong>s lágrimas y señaló <strong>la</strong> puerta con <strong>la</strong> punta <strong>de</strong>l cu -“El rey está maldito”, afirmaban los soldados que pa -trul<strong>la</strong>ban los corredores y <strong>la</strong>s mural<strong>la</strong>s. Lo mismo repetíanlos esc<strong>la</strong>vos en <strong>la</strong>s cocinas, los establos y <strong>la</strong>s letrinas,mientras frotaban <strong>la</strong>s mesas con arena, cepil<strong>la</strong>bana los caballos o paleaban inmundicias.“El Lobo está maldito” <strong>de</strong>cían los cortesanos, y al -gunos sonreían al <strong>de</strong>cirlo. “Nuestro soberano… pobre,está en<strong>de</strong>moniado”, suspiraba Senen, el consejero, fingiendouna piedad fraternal que era en realidad <strong>la</strong> espera<strong>de</strong>l buitre. La mayoría conocía <strong>la</strong> historia <strong>de</strong>l Lobo,y pocos sentían compasión.Soledad iba rápida por el corredor. Béogar iba tras el<strong>la</strong>,cabizbajo y con los puños apretados.—Di a todos, <strong>la</strong> reina incluida, que nos <strong>de</strong>jen a so -<strong>la</strong>s con mi padre —or<strong>de</strong>nó <strong>la</strong> muchacha a un esc<strong>la</strong>votrémulo.Oculto a medias tras un arcón, el hombre trataba <strong>de</strong>pasar inadvertido. Una tar<strong>de</strong>, hacía casi un año, el Lobo,en un ataque <strong>de</strong> locura, había matado a los tres sirvientesque lo cuidaban. En su <strong>de</strong>lirio creyó que eran diablosque venían a buscarlo. Des<strong>de</strong> ese día, en cuanto elrey se encerraba con el vino, <strong>la</strong> princesa Soledad le es -condía <strong>la</strong> espada. Aun así, los esc<strong>la</strong>vos temb<strong>la</strong>ban al oírsus aullidos y rehuían aten<strong>de</strong>rle, pues el Lobo tambiénsabía cómo matar con <strong>la</strong>s manos <strong>de</strong>snudas.—Señora, tu padre está solo. La reina y sus damassalieron <strong>de</strong> <strong>la</strong> habitación y me enviaron a buscarte —bal -buceó el esc<strong>la</strong>vo. Antes <strong>de</strong> que Soledad pudiera respon<strong>de</strong>r,<strong>la</strong> figura <strong>de</strong> Jara apareció al fondo <strong>de</strong>l corredor. Iluminadapor <strong>la</strong> luz fluctuante <strong>de</strong> <strong>la</strong> antorcha, su caraparecía una máscara <strong>de</strong> yeso. Estaba <strong>de</strong>smelenada y enlos ojos hinchados y enrojecidos asomaba el miedo. Lareina tartamu<strong>de</strong>ó:—Necesita láudano, pero no pu<strong>de</strong> dárselo. Me hamal<strong>de</strong>cido, y mira, me dio un manotazo… Luego me64 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO

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