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Gonzalo Rojas - Revista de la Universidad de México - UNAM

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Llegaren ferryNadia Vil<strong>la</strong>fuerteEn este cuento <strong>de</strong> matices oníricos y surreales, <strong>la</strong> escritora Na -dia Vil<strong>la</strong>fuerte —quien recientemente publicó <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> Por el<strong>la</strong>do salvaje— confirma su talento narrativo explorando los ám -bitos <strong>de</strong> <strong>la</strong> nostalgia y el <strong>de</strong>sasosiego.Vivo en una casa prestada. En <strong>la</strong> Ciudad <strong>de</strong> México sólohace falta moverse <strong>de</strong> barrio para que los nuevos ruidos,<strong>la</strong>s calles ocultas, una esquina en <strong>de</strong>molición, co -miencen a borrar el pasado como lo haría un trapo hú -medo con <strong>la</strong>s huel<strong>la</strong>s <strong>de</strong> <strong>la</strong> tiza.Tras bajar <strong>la</strong> maleta <strong>de</strong> un edificio <strong>de</strong> <strong>la</strong>drillos rojos,<strong>de</strong>l tipo que hay en <strong>la</strong>s zonas obreras <strong>de</strong> Manchester, es -tilo que <strong>de</strong>sentona con <strong>la</strong>s impersonales oficinas bancariasy <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>zas comerciales a <strong>la</strong> redonda, me <strong>de</strong>sp<strong>la</strong>céa otro edificio cuya escalera <strong>de</strong> caracol me recuerda a unaépoca en <strong>la</strong> que se oía <strong>la</strong> radio <strong>de</strong> bulbo y <strong>la</strong>s mujerescolgaban sus medias en el balcón mientras algún paísen guerra y su paisaje granuloso se venían abajo.No estoy tan lejos <strong>de</strong> <strong>la</strong> vida a <strong>la</strong> que acabo <strong>de</strong> re -nunciar pero el caló <strong>de</strong> Yalil, el dueño <strong>de</strong> una tienda <strong>de</strong>comestibles, hace que sienta cómo <strong>la</strong>s tar<strong>de</strong>s en <strong>la</strong>s queme pasé preparando <strong>la</strong> mudanza ni bien hace un par <strong>de</strong>semanas, treinta cajas <strong>de</strong> libros, seis maletas, a eso se re -duce mi cuerpo <strong>de</strong>smembrado ahora oculto en una bo -<strong>de</strong>ga, cómo esas horas caen igual a <strong>la</strong>s costras que unoquita <strong>de</strong> <strong>la</strong>s pare<strong>de</strong>s cuando <strong>la</strong>s va a pintar otra vez.Hay palmeras aquí. Y <strong>la</strong>s palmeras son mucho másmi emblema que los pinos, tanto como una jau<strong>la</strong> <strong>de</strong>finemás mi naturaleza que una simple habitación. Haypalmeras porque éste es un barrio don<strong>de</strong> se concentranmuchos árabes <strong>de</strong> c<strong>la</strong>se trabajadora. La calle huele a shawarma,berenjenas y guisantes, y cuando voy por unca fé al expendio <strong>de</strong> junto me entretengo observando alos viejos que fuman shisha y juegan dominó. Varios ne -gocios tapizan sus pare<strong>de</strong>s con ban<strong>de</strong>ras <strong>de</strong>l Líbano. Con -servan los objetos <strong>de</strong> sus países como signos vitales queles recuerdan, así sea ficticiamente, <strong>la</strong> pertenencia a otroterritorio para no sentirse tan solos en una ciudad quecon<strong>de</strong>na a cualquiera a <strong>la</strong> intemperie. ¿Qué <strong>de</strong> malo ten -drá <strong>la</strong> vida real con su horizonte lleno <strong>de</strong> tanques <strong>de</strong> gase hileras <strong>de</strong> fábricas y grúas y puentes? El ayer <strong>de</strong>jandosu salitre en <strong>la</strong> ropa <strong>de</strong>l diario. Para no olvidar. Como sihubiera ocasión.Palmeras, hombres con alguna reminiscencia turcaen <strong>la</strong>s ojeras violetas, t<strong>la</strong>palerías, <strong>la</strong>van<strong>de</strong>rías, negocios<strong>de</strong> manicura que exhiben tras el cristal varios juegos <strong>de</strong>manos con uñas postizas sin nada que rasgar. Edificioscon balcones llenos <strong>de</strong> p<strong>la</strong>ntas tropicales que me hacenpensar en <strong>la</strong> vieja Habana, y cantinas don<strong>de</strong> ficheras fa -mélicas huyen <strong>de</strong>l patrón montadas en sus zapatil<strong>la</strong>s ro -jas embadurnadas <strong>de</strong> lodo. Zapatos, trastos, cacharrosque venda, grita el ropavejero, también hay gallos a <strong>la</strong>sseis <strong>de</strong> <strong>la</strong> mañana que me <strong>de</strong>vuelven a mi niñez campesina.A <strong>la</strong> víbora <strong>de</strong> <strong>la</strong> mar se oye a lo lejos, en algún sa -lón <strong>de</strong> fiestas don<strong>de</strong> una pareja <strong>de</strong> novios se está casandocon una hipoteca <strong>de</strong> veinte años, con una baja tasa<strong>de</strong> interés anual.Estas nuevas texturas poco a poco me revuelcan comolo hace <strong>la</strong> o<strong>la</strong> cuando estal<strong>la</strong> sobre <strong>la</strong> arena. Me siento es -pléndidamente vacía. Lo que no se va es el miedo, quesiempre hal<strong>la</strong> sus formas <strong>de</strong> arraigo. Estoy en una casa66 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO

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