chillo. Cínife se asomó para comprobar que ningún cor -tesano rondara cerca. Des<strong>de</strong> <strong>la</strong> puerta dijo:—Y aun con esas vidas en <strong>la</strong> conciencia, busca magospara matarlos. Está loco.—¿Por qué siguen viniendo? ¿Qué no saben que loúnico que les espera aquí es <strong>la</strong> hoguera? —preguntó unamujer que limpiaba pescado.—Por <strong>la</strong> montaña <strong>de</strong> oro que el Lobo jura que dará almago que lo ayu<strong>de</strong> a tener un hijo varón —contestó Orri.—Pues yo no vendría, ni por oro, ni por nada —afir -mó un mozo.Orri movió <strong>la</strong> cabeza y vació <strong>la</strong> cebol<strong>la</strong> en un cal<strong>de</strong>ro.—Cínife —or<strong>de</strong>nó—, trae un saco <strong>de</strong> harina <strong>de</strong> <strong>la</strong>bo<strong>de</strong>ga. Y uste<strong>de</strong>s… ¡muévanse! Los <strong>de</strong>más han <strong>de</strong> te -ner hambre, y <strong>la</strong>s pesadil<strong>la</strong>s <strong>de</strong>l rey no nos servirán <strong>de</strong>excusa si no llevamos <strong>la</strong> cena caliente a <strong>la</strong>s mesas.Los esc<strong>la</strong>vos se dispersaron.Impreso por Master of the Ban<strong>de</strong>roles, 1450-1475—No. Qué<strong>de</strong>nse aquí… jueguen. Tal vez <strong>la</strong> suertesea más generosa con uste<strong>de</strong>s que con mi padre —contestó.Se ciñó <strong>la</strong> capa y salió con Béogar.En el resto <strong>de</strong>l castillo soldados, cortesanos y esc<strong>la</strong>voscontuvieron <strong>la</strong> respiración. Algunos hicieron <strong>la</strong> seña con -tra el mal <strong>de</strong> ojo. Todas <strong>la</strong>s voces se sofocaron a una ylos animales que dormían en <strong>la</strong>s cuadras se <strong>de</strong>spertaron.Nadie se atrevía a intervenir en el pleito: el rey, lo sabían,estaba borracho y ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> fantasmas. Por eso llorabay mal<strong>de</strong>cía.Llevaba tres días y sus noches encerrado con más <strong>de</strong>veinte odres <strong>de</strong> vino y rechazaba <strong>la</strong> comida que sus hijasy <strong>la</strong> reina le ofrecían. Un esc<strong>la</strong>vo, Cínife, lo había oídodiscutir con los fantasmas que lo atormentaban. Ocultotras un tapiz había espiado al rey cuando éste, arrodil<strong>la</strong>do,pedía perdón a los espectros <strong>de</strong> los magos quehabía enviado a <strong>la</strong> hoguera. Más tar<strong>de</strong>, en <strong>la</strong>s cocinas,<strong>de</strong>scribió a un público <strong>de</strong> esc<strong>la</strong>vos ale<strong>la</strong>dos cómo el reyse arrastraba y rogaba al aire vacío:—Se tapaba los ojos, se arrancaba los pelos y se re -torcía como si tuviera un cuchillo en <strong>la</strong>s tripas. Es <strong>la</strong> mal -dición <strong>de</strong> Tórto<strong>la</strong> —repetía con aire <strong>de</strong> suficiencia, mien -tras alzaba un índice admonitorio.Los mozos y <strong>la</strong>s <strong>la</strong>van<strong>de</strong>ras que lo escuchaban asintieron.Orri el cocinero, un esc<strong>la</strong>vo gordo y plácido queescuchaba <strong>la</strong> historia sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> pe<strong>la</strong>r cebol<strong>la</strong>s, se limpió<strong>la</strong>s lágrimas y señaló <strong>la</strong> puerta con <strong>la</strong> punta <strong>de</strong>l cu -“El rey está maldito”, afirmaban los soldados que pa -trul<strong>la</strong>ban los corredores y <strong>la</strong>s mural<strong>la</strong>s. Lo mismo repetíanlos esc<strong>la</strong>vos en <strong>la</strong>s cocinas, los establos y <strong>la</strong>s letrinas,mientras frotaban <strong>la</strong>s mesas con arena, cepil<strong>la</strong>bana los caballos o paleaban inmundicias.“El Lobo está maldito” <strong>de</strong>cían los cortesanos, y al -gunos sonreían al <strong>de</strong>cirlo. “Nuestro soberano… pobre,está en<strong>de</strong>moniado”, suspiraba Senen, el consejero, fingiendouna piedad fraternal que era en realidad <strong>la</strong> espera<strong>de</strong>l buitre. La mayoría conocía <strong>la</strong> historia <strong>de</strong>l Lobo,y pocos sentían compasión.Soledad iba rápida por el corredor. Béogar iba tras el<strong>la</strong>,cabizbajo y con los puños apretados.—Di a todos, <strong>la</strong> reina incluida, que nos <strong>de</strong>jen a so -<strong>la</strong>s con mi padre —or<strong>de</strong>nó <strong>la</strong> muchacha a un esc<strong>la</strong>votrémulo.Oculto a medias tras un arcón, el hombre trataba <strong>de</strong>pasar inadvertido. Una tar<strong>de</strong>, hacía casi un año, el Lobo,en un ataque <strong>de</strong> locura, había matado a los tres sirvientesque lo cuidaban. En su <strong>de</strong>lirio creyó que eran diablosque venían a buscarlo. Des<strong>de</strong> ese día, en cuanto elrey se encerraba con el vino, <strong>la</strong> princesa Soledad le es -condía <strong>la</strong> espada. Aun así, los esc<strong>la</strong>vos temb<strong>la</strong>ban al oírsus aullidos y rehuían aten<strong>de</strong>rle, pues el Lobo tambiénsabía cómo matar con <strong>la</strong>s manos <strong>de</strong>snudas.—Señora, tu padre está solo. La reina y sus damassalieron <strong>de</strong> <strong>la</strong> habitación y me enviaron a buscarte —bal -buceó el esc<strong>la</strong>vo. Antes <strong>de</strong> que Soledad pudiera respon<strong>de</strong>r,<strong>la</strong> figura <strong>de</strong> Jara apareció al fondo <strong>de</strong>l corredor. Iluminadapor <strong>la</strong> luz fluctuante <strong>de</strong> <strong>la</strong> antorcha, su caraparecía una máscara <strong>de</strong> yeso. Estaba <strong>de</strong>smelenada y enlos ojos hinchados y enrojecidos asomaba el miedo. Lareina tartamu<strong>de</strong>ó:—Necesita láudano, pero no pu<strong>de</strong> dárselo. Me hamal<strong>de</strong>cido, y mira, me dio un manotazo… Luego me64 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO
<strong>de</strong>sgarró <strong>la</strong> manga y quiso abofetearme —Jara se tapó<strong>la</strong> cara con <strong>la</strong>s manos y sollozó.La manga rota le colgaba <strong>de</strong> <strong>la</strong> muñeca y en <strong>la</strong> carneb<strong>la</strong>nca <strong>de</strong>l brazo se veía <strong>la</strong> huel<strong>la</strong> amoratada <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos<strong>de</strong>l rey. Béogar refunfuñó y volvió el rostro. Soledad sin -tió una piedad confusa que se mezcló con impaciencia.—Soledad… ayúdame. Me trata muy mal. Soy unareina, no una esc<strong>la</strong>va.La rec<strong>la</strong>mación, apagada por <strong>la</strong>s manos que le cu -brían <strong>la</strong> boca, sonó petu<strong>la</strong>nte. Soledad extendió <strong>la</strong> manoy le acarició el pelo con torpeza. La reina se <strong>de</strong>scubrió<strong>la</strong> cara y <strong>la</strong> miró:—Si lo apaciguas, te peino. ¿Te gustaría? Y si te <strong>de</strong> -jas peinar, te regalo un anillo.Sonreía como una niña y mostraba los dientes peque -ños y b<strong>la</strong>ncos. En sus mejil<strong>la</strong>s bril<strong>la</strong>ban <strong>la</strong>s lágrimas.Soledad chasqueó los <strong>la</strong>bios.—Alteza, déjamelo a mí. No llores más. Que vengaTagaste con el láudano y yo lo obligaré a beber.Béogar puso <strong>la</strong> mano sobre el hombro <strong>de</strong> Soledad y,volviéndose a <strong>la</strong> reina, se inclinó en una breve reverencia:—Señora, ya nos ocupamos nosotros. Con su ve -nia… —y apresuró el paso.Soledad fue tras él. Con el rabillo <strong>de</strong>l ojo vio cómosu madrastra, entre suspiros teatrales, sacaba un pañuelo<strong>de</strong>l escote y se secaba <strong>la</strong>s lágrimas. El perfume <strong>de</strong> azahares<strong>de</strong> <strong>la</strong> reina llegó hasta el<strong>la</strong>. La princesa sacudió <strong>la</strong>cabeza y resopló. La piedad fue sustituida por <strong>la</strong> <strong>de</strong>scon -fianza <strong>de</strong> siempre: “Como si no supiera que quieres aban -donarlo para regresar al <strong>la</strong>do <strong>de</strong> tu familia. No lo amascomo yo. Te mereces el repudio por cobar<strong>de</strong>”, pensó.Tal vez era verdad y Jara <strong>de</strong>seaba volver a <strong>la</strong>s tierras<strong>de</strong> su padre, pero nadie en su familia tenía el valor suficientepara provocar al Lobo. Quizás era cierto lo quelos cortesanos murmuraban: que <strong>la</strong> reina era más una pri -sionera que una esposa. Muchas veces Jara había rogadoal Lobo que mudara <strong>la</strong> corte a un pa<strong>la</strong>cio, en una ciudad.Imaginaba una p<strong>la</strong>za, tiendas, tabernas, templos,atestados <strong>de</strong> jóvenes, viejos, nobles, plebeyos, hombres,en fin, que se <strong>de</strong>tendrían al ver<strong>la</strong> pasar ro<strong>de</strong>ada por <strong>la</strong>sdamas y los guardias, enjoyada y altiva, en <strong>la</strong> gloria <strong>de</strong>su juventud.“Ahí va <strong>la</strong> reina, <strong>la</strong> hermosa, <strong>la</strong> dueña <strong>de</strong>l Lobo”,dirían. Los poetas compondrían versos en honor <strong>de</strong> susrizos negros, <strong>de</strong> sus ojos como carbones, <strong>de</strong> su cuerpogentil que no había perdido <strong>la</strong> esbeltez a pesar <strong>de</strong> <strong>la</strong> ma -ternidad; los caballeros atarían el pañuelo <strong>de</strong> Jara en <strong>la</strong>cimera <strong>de</strong> los yelmos como enseña en los torneos. Em -plearía <strong>la</strong>s tar<strong>de</strong>s en bailes, canciones, juegos <strong>de</strong> azar,en redada en <strong>la</strong>s mal<strong>la</strong>s <strong>de</strong> <strong>la</strong> sutil conversación cortesana.Extrañaba <strong>la</strong> música <strong>de</strong> <strong>la</strong>s f<strong>la</strong>utas y los <strong>la</strong>ú<strong>de</strong>s, <strong>la</strong>poesía <strong>de</strong> los trovadores, <strong>la</strong>s risas cómplices <strong>de</strong> <strong>la</strong>s damasque <strong>la</strong> ro<strong>de</strong>aban en <strong>la</strong> corte <strong>de</strong> su padre. Bento, alejado<strong>de</strong> todo, no era un lugar al que los poetas y músicos <strong>de</strong> -Impreso por Israhel van Meckenem, 1460-1500searan acercarse. Los servidores <strong>de</strong>l Lobo no pagabanbien, ni apreciaban <strong>la</strong>s melodías, los poemas, <strong>la</strong>s danzas.Obligaban a los músicos a cantar una y otra vez <strong>la</strong>scop<strong>la</strong>s brutales <strong>de</strong> <strong>la</strong> guerra o vulgares tonadil<strong>la</strong>s <strong>de</strong> bur -<strong>de</strong>l. A menudo <strong>la</strong>s cenas terminaban con peleas <strong>de</strong> bo -rrachos. ¿Quién querría tocar ante caballeros ebrios querodaban por el suelo acuchillándose con entusiasmo,entre perros que <strong>la</strong>draban y carcajadas soeces?En Bento <strong>la</strong> reina se veía obligada a mirar cómo <strong>la</strong>sesc<strong>la</strong>vas pasaban <strong>la</strong>s tar<strong>de</strong>s <strong>de</strong> invierno <strong>de</strong>spiojando a loscaballeros y arrojando <strong>la</strong>s liendres a <strong>la</strong> chimenea. En ve -rano los hombres, libres y esc<strong>la</strong>vos, se quejaban <strong>de</strong> <strong>la</strong>spulgas y se rascaban <strong>la</strong>s axi<strong>la</strong>s con <strong>de</strong>scaro. Entonces, Jara,hastiada y me<strong>la</strong>ncólica, rogaba al rey:—Vámonos, señor, a un pa<strong>la</strong>cio, a vivir como los re -yes <strong>de</strong> Moriana, no como uno más <strong>de</strong> tus caballeros.Pero el Lobo se negaba: él era un hombre <strong>de</strong> armasy prefería los p<strong>la</strong>ceres <strong>de</strong> <strong>la</strong> guerra y <strong>la</strong> caza a <strong>la</strong> molicie<strong>de</strong> <strong>la</strong>s ciuda<strong>de</strong>s.Jara había dado una hija al rey: Lirio. Lirio era el can -dado que cerraba <strong>la</strong> jau<strong>la</strong>, <strong>la</strong> garantía <strong>de</strong> que Jara era fértil.El Lobo esperaba que, <strong>de</strong> un momento a otro, <strong>la</strong> reinale diera un here<strong>de</strong>ro varón. Soledad amaba a su hermanatanto como <strong>de</strong>spreciaba a <strong>la</strong> reina y Jara lo sabía. Eraimposible ignorar los modales <strong>de</strong> guerra y <strong>la</strong>s miradasgélidas <strong>de</strong> su hijastra. No le dolían. Más le pesaban <strong>la</strong>s bo -rracheras <strong>de</strong>l rey y el aburrimiento que <strong>la</strong> marchitabaen esa corte <strong>de</strong> salvajes.LA SOLEDAD DEL LOBO | 65
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