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Aun no estoy muerto

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tanto.<br />

En nuestras habitaciones contiguas, ante mi petición, relajada a la par que<br />

insistente, Danny telefonea a la administración del recinto.<br />

—¿Está esa intérprete por ahí? La chica del promotor… Oh, ¿está ahí?<br />

Al parecer Orianne había estado esperándo<strong>no</strong>s, pero <strong>no</strong> <strong>no</strong>s había visto<br />

entre los diez mil fans que salían del estadio y los diez miembros del grupo y<br />

los treinta técnicos que correteaban de aquí para allá tras el concierto.<br />

Danny me pasa el teléfo<strong>no</strong> para que hable con Orianne en persona. Le pido<br />

su número. Tras algu<strong>no</strong>s titubeos, me da su número de trabajo.<br />

—¿Y me podrías dar el número de tu casa? —Y añado—: ¿Qué haces<br />

mañana? ¿Trabajas? ¿Y después? ¡Yo tengo un día de descanso!<br />

—Bue<strong>no</strong>, debería… No sé. Llámeme mañana y lo hablamos.<br />

Estoy eufórico. Con eso me basta.<br />

Al día siguiente la llamo y <strong>no</strong> está. Al final acabaré co<strong>no</strong>ciendo a Les, su<br />

jefe en Capital Ventures, muy bien. Me dice que ha salido a hacer unas<br />

gestiones. Mis co<strong>no</strong>cimientos del sector financiero suizo (al igual que del<br />

queso o chocolate suizos) <strong>no</strong> son demasiado detallados, pero sospecho que su<br />

trabajo consiste en engatusar a empresarios para que inviertan.<br />

Esa <strong>no</strong>che la llamo a casa. Me responde su padre, Jean-François, un suizo<br />

encantador que apenas habla inglés. Así que pasa el teléfo<strong>no</strong> a la madre,<br />

Orawan, que es tailandesa.<br />

—¿Quién es? ¿Phil? ¡Phil Collins! —Se queda patidifusa—. Orianne me<br />

dijo que a lo mejor llamaba. No está en casa.<br />

Orawan me busca un número al que pueda llamarla. Solo más tarde<br />

descubro que, con las prisas por buscarme el teléfo<strong>no</strong>, olvidó la cena sobre el<br />

fogón. La cena se quemó y prendió fuego a la cocina. El padre, <strong>no</strong> sin razón,<br />

perdió los estribos. Primero suena el timbre del teléfo<strong>no</strong>, luego el timbre de la<br />

alarma de incendios…<br />

—Todo va bien —dice Orawan entre el estruendo del humo y las llamas—,<br />

¡Phil Collins está al teléfo<strong>no</strong>!<br />

Me da el número de Christophe, el mejor amigo de Orianne, con quien está<br />

ahora. Llamo y Christophe le pasa el teléfo<strong>no</strong>.<br />

—¿Puedo ir contigo a cenar esta <strong>no</strong>che?<br />

—No puedo. Tengo que ver a mi <strong>no</strong>vio.<br />

—Vale. ¿Y luego?<br />

—Quizá. Le llamo al hotel más tarde.<br />

Comprendo que, a la fría luz de la página impresa, esto puede resultar un

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