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Aun no estoy muerto

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está Adele.<br />

Tan bajo caí durante mis años de bebida que hasta logré perderme su<br />

ascenso. De hecho, ni siquiera había oído hablar de ella. Pero cuando se puso<br />

en contacto conmigo en octubre de 2013 con el propósito de componer juntos<br />

para su tercer álbum, para mí fue toda una alegría co<strong>no</strong>cerla. Hice los deberes<br />

y quedé muy impresionado. Tiene un grandísimo talento, u<strong>no</strong> de los más<br />

importantes de esta época.<br />

En <strong>no</strong>viembre de ese año, durante una visita a Londres, Adele viene a verme<br />

al hotel Dorchester. Me llama desde el vestíbulo, le digo la habitación y llega<br />

con un tipo de seguridad. Una vez que queda claro que está a salvo conmigo,<br />

Adele le pide que la espere abajo.<br />

Y ahí estamos, solos Adele y yo. Es exactamente como esperaba: una<br />

londinense amable, un tanto propensa a soltar palabrotas, con los pies en la<br />

tierra, ajena por completo a esa fama de artista más destacada de la época y de<br />

ser la gran salvadora de la industria musical.<br />

Le preparo una taza de té para tratar de ocultar el tembleque de los nervios.<br />

Me siento como si estuviera en una audición, pero es solo por mi inseguridad.<br />

Por lo que sé, Adele quizá esté pensando: «¡Caray, el jodido Phil Collins está<br />

más jodido y viejo de lo que pensaba!». Para algunas personas mi imagen está<br />

congelada en cierto videoclip de cierto año. Esperemos que <strong>no</strong> sea You Can’t<br />

Hurry Love.<br />

Saca un dispositivo USB, lo conecta a mi portátil, pone una pieza de música<br />

y menciona que le recuerda a Fleetwood Mac. Es genial. Y es bastante larga.<br />

No <strong>estoy</strong> seguro de cómo reaccionar o qué espera de mí, así que digo:<br />

—Necesitaría oírla de nuevo.<br />

—Te la voy a enviar —dice Adele— y tú la terminas.<br />

Me aprendo la pieza en mi pia<strong>no</strong> en Nueva York, tras lo cual le añado<br />

algunas partes en mi pequeño estudio al lado, en Manhattan. Al cabo de un<br />

tiempo, le envío otro correo electrónico: «¿Me estás esperando tú o soy yo el<br />

que te está esperando a ti?».<br />

«Oh, <strong>no</strong> —llega la respuesta de Adele, en to<strong>no</strong> de disculpa—. Me <strong>estoy</strong><br />

mudando, <strong>estoy</strong> cambiando las direcciones de correo electrónico, <strong>estoy</strong><br />

cuidando al bebé, etcétera…».<br />

Más tarde, por lo que leo, Adele declara que era demasiado pronto en el<br />

proceso de composición y grabación del álbum que se convertiría en el muy<br />

exitoso 25, que <strong>no</strong> estaba preparada, que sigue pensando que soy genial. Está<br />

bien. Fue un precioso interludio y, claro que sí, le vi<strong>no</strong> muy bien a mi

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