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Aun no estoy muerto

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después de eso. No por ello es más fácil lidiar con la culpa, y <strong>no</strong> será fácil<br />

durante años y años. Mi vida amorosa es un hervidero de conflictos de los que<br />

<strong>no</strong> <strong>estoy</strong> ni mucho me<strong>no</strong>s orgulloso.<br />

En París, desde la ventana de mi habitación de hotel, observo cómo Jill y<br />

Lily salen de la limusina. Me siento como una mierda.<br />

Si mi matrimonio con Jill <strong>no</strong> se había acabado tras lo de Lavinia, lo ha<br />

hecho ahora. Con mis acciones en Los Ángeles y en Lausana, <strong>no</strong> he dejado<br />

otra opción.<br />

A pesar de haberme pasado casi toda la vida en la carretera, hasta que volví<br />

a ver a Lavinia nunca había sido infiel. ¿Por qué ahora? No me creo eso de la<br />

crisis de los cuarenta. ¿Quizá Jill y yo habíamos agotado nuestro tiempo como<br />

pareja?<br />

Las separaciones son caóticas y difíciles en el mejor de los casos, pero en el<br />

mío resultan mucho más complejas. Apenas llevo un mes de una colosal gira<br />

que va a durar un año. No es posible cancelar una parte de la gira, ni siquiera<br />

cambiar la fecha de una serie de conciertos, para que pueda volver al Rei<strong>no</strong><br />

Unido y poner orden en el caos legal y logístico de la ruptura matrimonial. No<br />

sirve de consuelo para mi esposa (en realidad, lo empeora todo), pero las<br />

obligaciones profesionales me salen hasta por las orejas y tengo que<br />

considerar todos los factores. Son conciertos e<strong>no</strong>rmes, con docenas y docenas<br />

de empleados, ante cientos de miles de fans por todo el mundo. El coloso debe<br />

continuar.<br />

Dos semanas después de París, a mediados de mayo de 1994, me encuentro<br />

al otro lado del Atlántico. Estoy empezando el tramo <strong>no</strong>rteamerica<strong>no</strong> de la<br />

gira con cuatro <strong>no</strong>ches en el Palacio de los Deportes de México, un fantástico<br />

recinto con una cúpula circular y capacidad para veintiséis mil espectadores,<br />

construido para los Juegos Olímpicos de 1968. Es un lugar fe<strong>no</strong>menal donde<br />

iniciar una intensa serie de conciertos que va a durar tres meses. No he tocado<br />

en México antes, ni en solitario ni con Genesis, así que hay una gran<br />

expectación. Los conciertos se convierten en una especie de acontecimiento<br />

nacional. Ante cien mil seguidores mexica<strong>no</strong>s (que están entre los amantes de<br />

la música más entusiastas del mundo), tengo que mantener unas emociones<br />

bajo control al tiempo que doy rienda suelta a otras. He fallado a mi familia.<br />

No quiero fallar también a los fans.<br />

La gira Both Sides Of The World avanza, como debe ser. Mi agenda está —a<br />

menudo literalmente— en el aire y ahora también debemos lidiar con las<br />

peliagudas y siempre cambiantes diferencias horarias entre Estados Unidos y

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