Aun no estoy muerto

marchaba. Le estaba afectando el exceso de trabajo y empezaba a ser presa del
miedo escénico.
Esto afectó mucho a Mike, Tony y Peter. Ant era un miembro fundador, un
viejo amigo y un gran músico. Como diría más tarde Mike: «Nunca estuvimos
tan cerca de disolvernos. Por algún motivo, nos sentíamos tan unidos que si
uno lo dejaba, pensábamos que no podríamos continuar. De todos los cambios
que hemos sufrido, superar la marcha de Ant fue el más duro».
A pesar de todo, decidieron persistir con un nuevo guitarrista, con la
condición de Tony de aprovechar el momento para reemplazar también a
Mayhew por —para decirlo sin pelos en la lengua— un batería mejor. Perder
al batería se estaba convirtiendo en una costumbre para estos tipos. Por lo
menos, no entraban en combustión espontánea. Que yo supiera.
De vuelta a ese anuncio del Melody Maker de julio de 1970, por aquel
entonces Tony, Mike y Peter han pasado por todo en sus siete años de amistad
y aventuras musicales. Ya tienen ciertos métodos, ciertas expectativas y, sin
duda, ciertas maneras de relacionarse.
Voy a tardar un tiempo en comprender esta dinámica. Tony y Peter, por
ejemplo, son grandísimos amigos y también grandísimos enemigos. Tony
tiende a perder los estribos, pero esto solo lo noto más tarde, cuando Peter y
Tony se turnan para salir de los estudios en tromba enfurruñados. Mike
mantiene un delicado equilibrio entre los dos. Pero los tres son lo que son:
exalumnos de colegio privado con todos los privilegios y el bagaje propios de
esas raíces. Impecablemente criados para ser oficiales y caballeros de antaño,
quizá no son lo que uno espera de un grupo de rock surgido de los alocados
años sesenta.
Al mismo tiempo, no sé lo cerca que han llegado a estar de separarse y, por
tanto, cuánto depende de estas audiciones. Tampoco soy consciente de que el
frágil equilibrio de la simetría creativa de Genesis ha sufrido un traspiés.
Antes Genesis tenía la ventaja de contar con dos parejas de compositores, Mike
y Ant por un lado y Tony y Peter por otro. Y solo quedaron tres.
Por lo tanto, el ambiente en casa de Gabriel es frágil y tenso. También muy
reservado, muy crispado, no poco enrarecido y demasiado rígido. En
resumen, nada que ver conmigo o mis raíces. ¿Cómo iba a salir bien?
Pero hay algo que todos tenemos en común: somos buenos músicos.
En esos momentos, sin embargo, Ronnie y yo somos ajenos a estas sutilezas
y trasfondos. Estamos sentados, junto a un puñado de aspirantes desorientados,
en un salón gigantesco que se ha vuelto aún más cavernoso por la ausencia del