Aun no estoy muerto

abortada estancia en un centro de rehabilitación tan carcelario te puede hacer
sentir así— y me muero de ganas de tenerlos lo más cerca posible.
Por desgracia, a pesar de todo lo que he sufrido (a pesar de todo lo que les
he hecho sufrir), en estas vacaciones me lanzo sin frenos.
Aunque necesito contar esta historia, no deseo recordar esos días. Tampoco
mis hijos. Cada vez que les menciono las islas Turcas y Caicos a Nic o a Matt,
responden: «De ese lugar ni hables, no vamos a volver jamás».
Habíamos venido de vacaciones antes, para celebrar el cumpleaños de Nic el
año anterior, y todos nos lo habíamos pasado muy bien. Pero antes de este
viaje mi problema con la bebida se ha disparado. Además del Klonopin,
también tomo una medicina nueva para la hipertensión.
Tenemos una preciosa casa frente a la playa en Parrot Cay. Keith Richards se
encuentra en la propiedad contigua junto a su familia, ondeando la bandera
pirata de «padre de Jack Sparrow». No está al alcance de cualquiera vivir al
lado de Keith Richards y que todos te consideren el vecino alborotador. No, no
estoy orgulloso.
En la playa donde alquilamos nuestra casita no hay bares, pero eso no
supone ninguna molestia: la cocina está bien surtida. Hay botellas de tequila,
vodka, whisky, ron.
El whisky desaparece, sin más. Lo bebo a escondidas siempre que me es
posible, pero soy capaz hasta de beber frente a los niños.
—¿Qué es eso, papá?
—Es la bebida de papá.
Comprendo que he llegado a una encrucijada (o, más bien, a un callejón sin
salida) cuando me adentro en unos días sin huella de catastróficas
proporciones. En estas casas hay criadas y la criada ha visto todas esas botellas
vacías («¡Cómo le gusta a usted el whisky!»), pero yo sigo a lo mío, sin
avergonzarme ni inmutarme. Una vez que desaparece el whisky, me quedo
dormido. Lindsey me despierta para decirme que se va a llevar a los niños a la
playa.
—¿Quieres venir?
—No, me quedo aquí.
Me vuelvo a sumir en ese sueño catatónico y al fin me despierto a las cuatro.
¡Joder, nos vamos hoy! Me levanto, hago el equipaje a toda prisa y salgo de
golpe.
—¿Hola? —grito—. ¡Hola! ¿Lindsey, Nic, Matt? ¡Tenemos que irnos! —
Pero no los veo por ninguna parte. Caigo en la cuenta: está amaneciendo. No