Aun no estoy muerto

Aun así, debido a las necesidades económicas, doy otra oportunidad a la
interpretación y aparezco en el Piccadilly Theatre en 1969 en la última
representación de Oliver!, que ya he mencionado (Barry Humphries es Fagin).
La adaptación al cine de Carol Reed el año anterior había despertado un interés
renovado en la obra. Además, por aquel entonces yo me había convertido en
esa figura digna de lástima: un batería eventual sin trabajos eventuales de
batería. Actuar, una vez más, me pondrá uno o dos chelines en el bolsillo.
En esos momentos un joven de veintidós años, Cameron Mackintosh es el
ayudante del director de escena de la obra. Hoy día es quizá el hombre más
poderoso en el mundo del teatro, un empresario con un imperio de mil
millones de libras, el responsable de Los miserables, Miss Saigón y muchos
otros éxitos. Pero en los últimos coletazos de los sesenta, en el Piccadilly
Theatre, yo tengo una posición más alta en la jerarquía. Años más tarde se lo
cuento, en el palacio de Buckingham. Sir Cameron, sir Terry Wogan, sir
George Martin, Dame Vera Lynn y yo hemos sido escogidos para saludar a la
Reina y al príncipe Felipe durante una celebración de la música británica, que
también cuenta con la presencia de Jeff Beck, Jimmy Page, Eric Clapton y
Brian May.
Mientras aguardamos en la cola para hacer zalemas ante sus majestades,
susurro por una comisura de la boca:
—¿Sabía, sir Cameron, que una vez trabajamos en Oliver! al mismo tiempo?
—¡No!
—¡Sí! ¿Y a qué se ha dedicado desde entonces?
* * *
En 1968 todas mis aspiraciones están en la música. Le digo a mi madre que
quiero dejar de actuar y ganarme la vida como batería. Ella se lo cuenta a mi
padre. Entre las discretas paredes de London Assurance ha sido motivo de
orgullo paternal que el hijo pequeño de Greville Collins sea una estrella de los
escenarios y la gran pantalla. Pero ¿tocar con uno de esos grupos pop? Es
evidente que dentro de poco seré un indigente greñudo que se dedicará a violar
y saquear a lo largo y ancho del mundo, padre de un puñado de hijos
ilegítimos, o algo peor.
Mi padre no me dirige la palabra durante unas cuantas semanas. Sin más,
deja de hablarme para demostrarme lo enfadado que está.
No me importa y no vacilo. Siempre tengo la cabeza metida entre las