Aun no estoy muerto

de Spinal Tap, el acorde más triste de todos) y se me ocurren algunas ideas
para la letra. Se me rompe el corazón ante la posibilidad imaginaria de perder
a Lavinia.
Pronto pienso que tengo algo entre manos. Can’t you see it’s no ordinary
love that I feel for you deep inside? / It’s been building up inside of me and it’s
something that I just can’t hide. / Why did you leave me lying there, crying
there, dying there… ¿Es que no ves que lo que siento en lo más hondo por ti no
es un amor común? / Se ha ido acumulando en mi interior y ya no lo puedo
ocultar. / ¿Por qué me dejaste tumbado aquí, llorando aquí, muriendo aquí…?
Se trata de Lying, Crying, Dying y es la primera canción que ha escrito un tal
Peelip Collins de diecisiete años. Me siento bastante satisfecho con mi
creación, tanto que doy otro salto mortal: quiero cantarla.
Hickory reserva una sesión de grabación en Regent Sound, un estudio
barato en un sótano de Denmark Street. Grabamos cuatro temas, entre ellos mi
composición, con la tinta aún fresca sobre la página.
De vuelta al oeste de Londres, visito a Bruce Rowland. Es hijo de mi antigua
profesora de elocución, Hilda; dentro de un año va a tocar con Joe Cocker en
el festival que va a definir toda una era, Woodstock, y luego se convertirá en el
batería de Fairport Convention. Le compro su batería Gretsch, que aún
conservo.
Como es batería, unos pocos años mayor que yo y destinado, es evidente, a
grandes cosas, visito con frecuencia a Bruce para recibir consejos y ánimo.
Me pone Loving You Is Sweeter Than Ever de los Four Tops y me pide que
escuche el ritmo. «Hermoso. Simplemente hermoso». Me da a conocer el
doble álbum Live Dead de los Grateful Dead, en el que tocan dos baterías, algo
que tendrá su importancia en mi vida unos años más tarde.
Con reservas, le pongo a Bruce la cinta con la grabación de Lying, Crying,
Dying de Hickory. Para mi gran alivio, Bruce afirma que le encanta. No solo
eso: también le encanta mi voz. «Deberías ser cantante, no batería», dice. Nadie
me ha elogiado cómo canto, tal vez porque casi nadie me ha oído cantar
después de mis días en Oliver! Es un bonito paréntesis, pero para mí no es
nada más. Yo soy batería, no cantante.
Y, aunque sea algo temporal, compositor. No soy consciente de ello
entonces, pero con mi primera canción ya he enseñado mis cartas: he
demostrado que tengo talento para escribir canciones tristes y que me gusta
regodearme en asuntos melancólicos. La letra no es nada del otro mundo, pero
está escrita con el corazón.