Aun no estoy muerto

astidores porque he oído que Bill Bruford está a punto de volver a la
Universidad de Leeds. Jon Anderson, el líder del grupo, me da su número,
pero no me tomo la molestia de llamar. No sé por qué, pero a menudo me
pregunto: ¿cómo habría sido mi vida si hubiera dicho «yes» a la audición de
Yes?
Cuando llegan los setenta, y con ellos el fin del primer año de mi vida
adulta, estoy buscándome las habichuelas, dinero, un futuro. He estado en unos
cuantos conjuntos, ninguno de los cuales ha llegado a ninguna parte. Estoy
hambriento, pero sigo atrapado en Hounslow y todo lo que conlleva vivir al
final de la línea. El vacío de mi existencia queda realzado por el hecho de que a
estas alturas vivo solo en casa.
Mientras mi vida avanzaba a trompicones, en el 453 de Hanworth Road ha
habido grandes cambios. Hablando en plata, todo el mundo se ha largado y la
familia Collins se ha desintegrado. Clive y Carole tienen sus vidas de adultos y
la relación de mis padres ha encallado. Mi madre ha estado pasando cada vez
más tiempo en la casa de Barbara Speake, más cerca del trabajo. Mi padre tiene
ganas de jubilarse y de por fin poder dejarse crecer la barba. También visita
con frecuencia Weston-super-Mare y pasa largos fines de semana ahí. Es un
lugar del que se encariñó durante la guerra, cuando London Assurance realojó
a la familia y él fue estacionado ahí como parte del destacamento local del
ejército, el Home Guard.
Así, aunque técnicamente aún tengo una casa donde vivir, mi alma no tiene
dirección fija.
Tengo que irme de este lugar. Pero ¿cómo?
En ese momento, un Beatle me echa un cable.