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Los 39 escalones - John Buchan

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

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2. El lechero emprende sus viajes<br />

Me senté en un sillón porque la cabeza me daba vueltas. Eso duró cinco minutos,<br />

y fue seguido por un acceso de terror. La blanca cara con ojos vidriosos a poca<br />

distancia de mí era más de lo que podía resistir, y conseguí coger un mantel y taparla.<br />

Después fui tambaleándome hasta la mesa de las bebidas, encontré el coñac y engullí<br />

varios tragos. No era la primera vez que veía un cadáver; yo mismo había matado a<br />

unos cuantos hombres en la guerra de Matabele; pero ese asesinato a sangre fría era<br />

diferente. Sin embargo, logré dominarme. Consulté mi reloj, y vi que eran las diez y<br />

media.<br />

De pronto me asaltó una idea, y registré el piso de arriba abajo. No había nadie, ni<br />

el rastro de nadie, pero bajé todas las persianas y puse la cadena de la puerta.<br />

Cuando terminé había recobrado mis cinco sentidos, y pude volver a pensar.<br />

Tardé una hora en aclarar mis ideas, y no me apresuré, pues a menos que el asesino<br />

regresara, tenía hasta las seis de la madrugada para reflexionar.<br />

Me encontraba en un apuro; eso era evidente. Cualquier duda que hubiese podido<br />

tener sobre la verdad de la historia de Scudder ya se había desvanecido. La prueba<br />

estaba debajo del mantel. <strong>Los</strong> hombres que sabían que él sabía lo que sabía le habían<br />

localizado, y habían tomado medidas drásticas para asegurarse de su silencio. Sí, pero<br />

había estado cuatro días en mi piso, y sus enemigos debían haber supuesto que había<br />

confiado en mí. Así pues, yo sería la siguiente víctima. Podía suceder aquella noche,<br />

o al cabo de un día o de dos, pero de todos modos estaba sentenciado.<br />

De repente se me ocurrió otra posibilidad. ¿Qué pasaría si ahora saliera a la calle<br />

y llamara a la policía, o me fuera a acostar y dejara que Paddock encontrase el<br />

cadáver y les llamara a la mañana siguiente? ¿Qué historia les contaría sobre<br />

Scudder?<br />

Había mentido a Paddock acerca de él, y toda la situación resultaba<br />

desesperadamente inverosímil. Si lo confesaba todo y revelaba a la policía todo lo<br />

que él me había contado, se limitarían a reírse de mí. Lo más probable era que me<br />

culparan de asesinato, y las pruebas circunstanciales eran suficientes para ahorcarme.<br />

Pocas personas me conocían en Inglaterra; no tenía ningún amigo verdadero que<br />

pudiera responder de mí. Quizá fuese esto lo que pretendían aquellos enemigos<br />

secretos. Eran muy listos, y una cárcel inglesa constituía un medio tan efectivo para<br />

quitarme de en medio hasta el quince de junio como un cuchillo en mi pecho.<br />

Además, si revelaba toda la historia y por algún milagro me creían, estaría<br />

siguiéndoles el juego. Karolides se quedaría en su país, que era lo que ellos deseaban.<br />

De un modo u otro la visión del lívido rostro de Scudder me había convertido en un<br />

apasionado partidario de su plan. Él había desaparecido, pero después de haber<br />

depositado su confianza en mí, y yo estaba destinado a llevar a cabo su trabajo.<br />

www.lectulandia.com - Página 15

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