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Los 39 escalones - John Buchan

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

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Después saqué un atlas y examiné un gran mapa de las Islas Británicas. Mi<br />

intención era refugiarme en algún distrito solitario, donde mis conocimientos sobre<br />

las zonas agrestes me resultaran útiles, pues en una ciudad me sentiría como una rata<br />

acorralada.<br />

Pensé que Escocia sería lo mejor, pues mi familia era escocesa y yo podía pasar<br />

por escocés en cualquier parte. En el primer momento tuve la idea de ser un turista<br />

alemán, pues mi padre había tenido socios alemanes, y yo había aprendido a hablar<br />

esa lengua con bastante fluidez, aparte de que había pasado tres años haciendo<br />

prospecciones cupríferas en la Damaralandia alemana. Pero me imaginé que pasaría<br />

más inadvertido como escocés, incluso para la policía. Decidí que Galloway era el<br />

mejor lugar a donde podía ir. Constituía la zona agreste de Escocia más cercana, y por<br />

el aspecto del mapa no estaba demasiado poblada.<br />

Una mirada a la Guía de Ferrocarriles Bradshaw me reveló que a las siete y diez<br />

salía un tren de St. Paneras, el cual me dejaría en la estación de Galloway a última<br />

hora de la tarde. Eso estaba bastante bien, pero lo más importante era cómo llegaría a<br />

St. Paneras, pues me hallaba convencido de que los amigos de Scudder estarían<br />

vigilando en el exterior. Esto me desconcertó durante un rato; después tuve una<br />

inspiración, de modo que me fui a la cama y dormí durante un par de horas con un<br />

sueño bastante agitado.<br />

Me levanté a las cuatro y subí las persianas de mi dormitorio. La luz mortecina de<br />

una espléndida mañana primaveral inundaba el cielo, y los gorriones habían<br />

empezado a cantar. Mi estado de ánimo cambió súbitamente, y me sentí como un<br />

tonto olvidado de Dios. Tuve la tentación de dejar que las cosas siguieran su curso, y<br />

confiar en que la policía británica enfocara razonablemente mi caso. Pero cuando<br />

repasé la situación no encontré ningún argumento que justificara un cambio de<br />

actitud, de modo que con una mueca de desagrado decidí seguir adelante con mi plan<br />

de la noche anterior. No es que estuviera especialmente asustado; sólo reacio a<br />

meterme en un lío, si es que ustedes me entienden.<br />

Me puse un traje de tweed muy usado, un par de fuertes botas claveteadas y una<br />

camisa de franela. Me llené los bolsillos con una camisa de repuesto, una gorra de<br />

paño, varios pañuelos y un cepillo de dientes. Dos días antes había retirado del banco<br />

una buena suma de oro, por si Scudder necesitaba dinero, y oculté cincuenta libras en<br />

soberanos dentro de un cinturón que había traído de Rodesia. Esto era lo único que<br />

quería. Después tomé un baño, y me recorté el bigote, que llevaba largo y caído, en<br />

una línea corta y recta.<br />

Ahora venía el paso siguiente. Paddock solía llegar a las siete y media en punto y<br />

entraba con su propia llave. Pero alrededor de las siete menos veinte, como sabía por<br />

amarga experiencia, aparecía el lechero con un gran estruendo de botellas, y<br />

depositaba las mías delante de la puerta. Yo había visto varias veces a ese lechero, en<br />

www.lectulandia.com - Página 17

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