20.04.2019 Views

Los 39 escalones - John Buchan

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

7. El pescador aficionado<br />

Me senté en la cumbre de una colina y examiné mi posición. No me sentía<br />

demasiado feliz, pues mi natural alegría por haber escapado se veía mermada por las<br />

fuertes molestias físicas que sufría. Aquellos vapores de lentonita me habían<br />

envenenado considerablemente, y las horas pasadas al sol en el palomar no habían<br />

contribuido a mejorar las cosas. Tenía un dolor de cabeza insoportable, y estaba muy<br />

mareado. Además, mi hombro empeoraba por momentos. Al principio pensé que sólo<br />

había sido una magulladura, pero parecía estar hinchándose y no podía mover el<br />

brazo izquierdo.<br />

Mi plan consistía en buscar la casita del señor Turnbull, recuperar mis prendas, y<br />

especialmente la agenda de Scudder, y después alcanzar la línea férrea y regresar al<br />

sur. Tenía la impresión de que lo mejor sería ponerme en contacto lo antes posible<br />

con el hombre del Ministerio de Asuntos Exteriores, sir Walter Bullivant. No creía<br />

que pudiese obtener más pruebas de las que ya tenía. Debería aceptar o rechazar mi<br />

historia y, de todos modos, con él estaría en mejores manos que con aquellos<br />

diabólicos alemanes. Había empezado a reconciliarme con la policía británica.<br />

Era una maravillosa noche estrellada, y no me costó demasiado encontrar el<br />

camino. El mapa de sir Harry me había ayudado a orientarme, y todo lo que debía<br />

hacer era girar uno o dos puntos hacia el oeste para llegar al arroyo donde había<br />

hallado al picapedrero. Durante mis andanzas no había podido averiguar el nombre de<br />

los lugares, pero creo que aquel riachuelo era algo tan importante como las aguas<br />

superiores del río Tweed. Calculé que debía estar a unos treinta kilómetros de<br />

distancia, y eso significaba que no podría llegar allí antes de la mañana. Así pues,<br />

tendría que esconderme en algún sitio durante un día, pues mi aspecto resultaba<br />

demasiado espantoso para mostrarme a la luz del sol. No tenía americana, ni chaleco,<br />

ni sombrero, llevaba los pantalones rotos, y mi cara y mis manos estaban negras por<br />

la explosión. Me atrevería a decir que tenía otras bellezas, pues notaba los ojos<br />

inyectados en sangre. En conjunto no era un espectáculo para que ciudadanos<br />

temerosos de Dios me viesen en la carretera.<br />

Poco después del amanecer intenté asearme en un arroyo de la colina, y me<br />

acerqué a la casa de un pastor, pues sentía la imperiosa necesidad de comer. Él estaba<br />

lejos, y su esposa se hallaba sola, sin ningún vecino en ocho kilómetros a la redonda.<br />

Era una mujer de cierta edad, y muy animosa, pues aunque se asustó al verme, tenía<br />

un hacha a mano y la habría utilizado contra cualquier malhechor. Le dije que me<br />

había caído —no dije cómo— y ella vio por mi aspecto que estaba bastante mal.<br />

Como una verdadera samaritana no hizo preguntas, sino que me dio un tazón de leche<br />

con un chorro de whisky, y me permitió quedarme un rato sentado junto al fuego de la<br />

cocina. Me habría limpiado el hombro, pero me dolía tanto que no le permití que lo<br />

www.lectulandia.com - Página 59

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!