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Los 39 escalones - John Buchan

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

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Me sentí curiosamente ocioso. Al principio me alegré de volver a ser un hombre<br />

libre y poder ir adonde quisiera sin nada que temer. Sólo había estado un mes al<br />

margen de la ley, y para mí resultó más que suficiente. Fui al Savoy, pedí el almuerzo<br />

más exquisito de la carta, y después me fumé el mejor cigarro que la casa pudo<br />

proporcionarme. Pero seguía sintiéndome nervioso. Cuando alguien me miraba, no<br />

podía dejar de preguntarme si pensaba en el asesinato.<br />

Después tomé un taxi y me hice llevar muchos kilómetros hacia el norte de<br />

Londres. Regresé paseando a través de campos e hileras de villas y terrazas, y luego<br />

por barrios y callejuelas, y tardé casi dos horas. Mientras tanto, mi inquietud iba en<br />

aumento. Intuía que grandes cosas, cosas importantes, estaban ocurriendo o a punto<br />

de ocurrir, y que yo, que era el eje de todo el asunto, había sido excluido de él. Royer<br />

estaría llegando a Dover, sir Walter haciendo planes con las pocas personas que<br />

conocían el secreto en Inglaterra, y la «Piedra Negra» estaría trabajando en la<br />

clandestinidad. Intuí el peligro y una calamidad inminente, y también tuve la curiosa<br />

sensación de que sólo yo podría impedir que se produjese. Pero ahora estaba fuera del<br />

juego. ¿Cómo iba a ser de otro modo? No era probable que los ministros del<br />

Gobierno, los lords del Almirantazgo y los generales me admitieran en sus reuniones.<br />

Empecé a desear toparme con uno de mis tres enemigos. Esto precipitaría los<br />

acontecimientos. Deseaba con toda mi alma tener una vulgar pelea con esa gente, en<br />

la que pudiese golpear y destrozar algo. Me estaba poniendo rápidamente de muy mal<br />

humor.<br />

No tenía ganas de volver a mi piso. Algún día debería hacerlo, pero aún tenía<br />

dinero suficiente y decidí pasar la noche en un hotel.<br />

Mi irritación persistió a lo largo de la cena, que tomé en un restaurante de Jermyn<br />

Street. Ya no tenía hambre, y dejé varios platos sin tocar. Bebí la mayor parte de una<br />

botella de vino de Borgoña, pero no me sentí más alegre. Una inquietud abominable<br />

se había adueñado de mí. Allí estaba yo, un hombre normal y corriente, sin una<br />

inteligencia extraordinaria, pero convencido de que era necesario en algún sentido<br />

para llevar a buen término aquel asunto, de que sin mí todo sería un desastre. Me dije<br />

a mí mismo que era una presunción absurda, que cuatro o cinco personas muy<br />

inteligentes, con todo el poder del Imperio británico a sus espaldas, se ocupaban del<br />

trabajo. Sin embargo, no logré convencerme. Parecía que una voz me hablaba al oído,<br />

diciéndome que me apresurase o jamás volvería a dormir.<br />

El resultado fue que hacia las nueve y media decidí ir a Queen Anne’s Gate. Lo<br />

más probable era que no me admitiesen, pero tenía que intentarlo.<br />

Bajé por Jermyn Street, y en la esquina de Duke Street me crucé con un grupo de<br />

hombres jóvenes. Iban elegantemente vestidos, habían cenado en algún sitio y se<br />

dirigían a un teatro de variedades. Uno de ellos era el señor Marmaduke Jopley.<br />

Me vio y se detuvo en seco.<br />

www.lectulandia.com - Página 70

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