Los 39 escalones - John Buchan
Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.
Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.
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porque primero eran enviadas a España y después a Newcastle. Estaba obsesionado<br />
por ocultar sus huellas.<br />
—¿Qué decía? —balbuceé.<br />
—Nada. Únicamente que se hallaba en peligro, pero que había encontrado refugio<br />
en casa de un buen amigo, y que recibiría noticias suyas antes del quince de junio. No<br />
me daba ninguna dirección, pero decía que vivía cerca de Portland Place. Creo que su<br />
propósito era librarle a usted de toda sospecha si ocurría algo. Cuando la recibí fui a<br />
Scotland Yard, revisé la transcripción de la encuesta judicial, y comprendí que usted<br />
era el amigo. Hicimos averiguaciones sobre usted, señor Hannay, y llegamos a la<br />
conclusión de que era un hombre respetable. Adiviné los motivos de su desaparición,<br />
no sólo la policía, sino también los otros, y cuando recibí la nota de Harry adiviné el<br />
resto. Le estoy esperando desde hace una semana.<br />
Pueden imaginarse el peso que todo esto me quitó de encima. Volví a sentirme un<br />
hombre libre, pues ahora sólo debería enfrentarme a los enemigos de mi país, no a la<br />
ley de mi país.<br />
—Ahora echemos una hojeada a esa agenda —sugirió sir Walter.<br />
Tardamos más de una hora en terminar. Le expliqué la clave, y él la captó con<br />
facilidad. Corrigió mi interpretación en varios puntos, pero en conjunto había sido<br />
correcta. Tenía una expresión solemne en el rostro cuando terminamos, y guardó<br />
silencio unos momentos.<br />
—No sé qué pensar —dijo al fin—. Tiene razón en una cosa: lo que ocurrirá<br />
pasado mañana. ¿Cómo diablos ha podido saberse? Es horrible. Pero todo esto de la<br />
guerra y la «Piedra Negra» aún es peor, parece un melodrama. ¡Ojalá hubiese tenido<br />
más confianza en el criterio de Scudder! Lo malo de él es que era demasiado<br />
romántico. Tenía un temperamento artístico, y quería que todo fuese mejor de lo que<br />
Dios lo hizo. Además, se dejaba llevar por toda clase de prejuicios. <strong>Los</strong> judíos, por<br />
ejemplo, le hacían perder los estribos. <strong>Los</strong> judíos y las altas finanzas.<br />
»“La piedra Negra” —repitió—. Der Schwarzestein. Es como una novela barata.<br />
¡Y todas esas tonterías acerca de Karolides! Ésta es la parte más inconsistente de la<br />
historia, porque lo más probable es que el virtuoso Karolides nos sobreviva a los dos.<br />
Ni un solo estado europeo desea verle muerto. Además, últimamente se ha dedicado a<br />
adular a Berlín y Viena, y ha hecho pasar momentos muy difíciles a mi jefe. ¡No! En<br />
esto, Scudder se equivocó. Francamente, Hannay, no creo esta parte de la historia. Se<br />
está preparando un asunto muy feo y él averiguó demasiado y perdió la vida a causa<br />
de ello. Sin embargo, éste es el riesgo que corren todos los espías. Una cierta potencia<br />
europea hace un pasatiempo de su sistema de espionaje, y sus métodos no son<br />
demasiado particulares. Como paga por trabajo a destajo, sus componentes no se<br />
detienen ante uno o dos asesinatos. Quieren tener nuestros planes navales para su<br />
colección del Marinamt; pero no los conseguirán.<br />
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