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Los 39 escalones - John Buchan

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

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mejor de los detectives.<br />

Después me contó cómo una vez tomó prestada una chaqueta negra, fue a la<br />

iglesia y compartió el mismo libro de himnos con el hombre que le estaba buscando.<br />

Si ese hombre lo hubiese visto en un ambiente decente con anterioridad, le habría<br />

reconocido; pero sólo le había visto en una posada con un revólver.<br />

Estos recuerdos de Peter me proporcionaron un gran consuelo. Peter había sido un<br />

tipo muy listo, y los hombres a los que yo me enfrentaba era unos expertos. ¿Y si<br />

estuvieran jugando al juego de Peter?<br />

Un tonto procura cambiar de aspecto: un hombre listo tiene el mismo aspecto y es<br />

distinto.<br />

También ahora recordé la máxima de Peter que me había ayudado cuando fui<br />

picapedrero. «Si interpretas un papel, nunca lo harás bien si no te convences de que<br />

eres realmente el personaje.» Esto explicaría el partido de tenis. Esos individuos no<br />

tenían necesidad de fingir: simplemente habían apretado un botón y habían pasado a<br />

llevar otra vida, que les resultaba tan natural como la primera. Parece una tontería,<br />

pero Peter solía decir que era el gran secreto de todos los malhechores famosos.<br />

Iban a dar las ocho, de modo que regresé para dar instrucciones a Scaife. Le dije<br />

cómo debía colocar a sus hombres, y después me fui a dar un paseo, pues no tenía<br />

ganas de cenar. Di la vuelta al campo de golf y llegué a un lugar del acantilado<br />

situado al norte de la hilera de casas.<br />

Por el camino crucé con gente que volvía de la playa y de jugar a tenis, y con un<br />

guardacostas de la oficina de telégrafos. Vi encenderse las luces del Ariadne y el<br />

destructor fondeado un poco más al sur, y más allá de los bajíos de Cock aparecieron<br />

las luces de los vapores que se dirigían al Támesis. Toda la escena era tan pacífica y<br />

normal que mi inseguridad fue en aumento. Tuve que hacer un verdadero esfuerzo<br />

para encaminarme hacia Trafalgar Lodge alrededor de las nueve y media.<br />

Por el camino me consolé un poco al ver a un galgo que corría junto a una<br />

doncella. Me recordó al perro que yo tenía en Rodesia, y el día en que le llevé a cazar<br />

conmigo a las colinas Pali. Íbamos tras las huellas de una gacela, y ambos la<br />

perdimos tras seguirla durante un rato. <strong>Los</strong> lebreles se guían por la vista, y mis ojos<br />

son bastante penetrantes, pero el animal desapareció. Después averigüé cómo lo había<br />

logrado. Contra la roca gris de los cerros sudafricanos no destacaba más que un<br />

cuervo contra un nubarrón. No tuvo necesidad de correr; le bastó con permanecer<br />

inmóvil y confundirse con el fondo.<br />

De repente, mientras todos estos recuerdos pasaban por mi cerebro, pensé en mi<br />

presente caso y apliqué la moraleja. La «Piedra Negra» no tenía necesidad de huir.<br />

Sus miembros estaban integrados en el paisaje. Me hallaba en el buen camino, por lo<br />

que grabé esta frase en mi mente y me juré no olvidarla. Peter Pienaar no podía<br />

equivocarse.<br />

www.lectulandia.com - Página 84

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