Los 39 escalones - John Buchan
Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.
Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.
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huido hacia el norte. Pero había un largo artículo, publicado por The Times, sobre<br />
Karolides y la situación en los Balcanes, aunque no se mencionaba ninguna visita a<br />
Inglaterra. Me libré del posadero durante el resto de la tarde, pues estaba muy ansioso<br />
por descifrar la clave.<br />
Como he dicho, se trataba de una clave numérica, y gracias a un complicado<br />
sistema de experimentos había descubierto cuáles eran los números nulos y los<br />
puntos. El obstáculo lo constituía la palabra clave, y cuando pensé en los millones de<br />
palabras que Scudder podía haber utilizado se me cayó el alma a los pies. Pero hacia<br />
las tres tuve una súbita inspiración.<br />
El nombre de Julia Czechenyi me vino a la memoria. Scudder había dicho que era<br />
la clave del asunto, y se me ocurrió utilizarlo para descifrar la clave.<br />
Dio resultado. Las cinco letras de «Julia» me dieron la posición de las vocales. La<br />
A era la J, la décima letra del alfabeto, y estaba representada por X en la clave. La E<br />
era la U, o sea XXII, y así sucesivamente. «Czechenyi» me dio los números de las<br />
consonantes principales. Garabateé este esquema en un trozo de papel y me dispuse a<br />
leer las páginas de Scudder.<br />
Al cabo de media hora estaba leyendo con la cara lívida y los dedos<br />
tamborileando encima de la mesa.<br />
Miré por la ventana y vi un gran automóvil de turismo que se dirigía hacia la<br />
posada. Se detuvo frente a la puerta, y oí el ruido de unas personas que se apeaban.<br />
Parecían ser dos hombres, vestidos con sendos impermeables y gorras de tweed.<br />
Diez minutos después, el posadero se introdujo en el cuarto con los ojos brillantes<br />
de excitación.<br />
—Abajo hay dos tipos que le están buscando —susurró—. Están en el comedor,<br />
tomando un whisky con soda. Me han preguntado por usted y han dicho que<br />
esperaban encontrarle aquí. ¡Ah! y le han descrito muy bien, de las botas a la camisa.<br />
Les he dicho que estuvo aquí anoche y que se ha ido esta mañana en un ciclomotor, y<br />
uno de ellos ha maldecido como un carretero.<br />
Le pedí que me los describiera. Uno de ellos era un hombre delgado y de ojos<br />
oscuros con cejas muy pobladas, mientras que el otro siempre sonreía y ceceaba al<br />
hablar. Ninguno de los dos era extranjero; mi joven amigo estaba seguro de eso.<br />
Cogí un pedazo de papel y escribí estas palabras en alemán, como si formaran<br />
parte de una carta:<br />
… Piedra Negra. Scudder lo había descubierto, pero no podía hacer nada hasta quince días después. Dudo<br />
que yo pueda lograr algo, especialmente ahora que Karolides no está seguro de sus planes. Pero si el señor T.<br />
lo ordena, haré todo lo que…<br />
Lo hice muy bien, de modo que pareciese una página suelta de una carta<br />
particular.<br />
—Lleve esto abajo y diga que lo ha encontrado en mi habitación, y pídales que<br />
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