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Los 39 escalones - John Buchan

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

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acordara de mencionar el comercio libre, pero dije que en Australia no había<br />

conservadores, sólo laboristas y liberales. Esto provocó una salva de aplausos, y les<br />

despabilé un poco cuando les hablé de la gloria que el Imperio podría alcanzar si<br />

respaldábamos a las colonias.<br />

En conjunto, creo que tuve bastante éxito. El clérigo no me gustó, y cuando<br />

propuso un voto de agradecimiento, habló del discurso de sir Harry como «propio de<br />

un estadista» y del mío como muestra de «la elocuencia de un agente de emigración».<br />

Cuando estuvimos de nuevo en el coche, mi anfitrión dio rienda suelta a su<br />

alegría por haber pasado el mal trago.<br />

—Un excelente discurso, Twisdon —dijo—. Ahora vendrá a casa conmigo. Vivo<br />

solo, y si se queda uno o dos días iremos juntos a pescar.<br />

Tomamos una cena caliente —a mí me supo a gloria— y después bebimos grog<br />

en un acogedor salón de fumar con un chisporroteante fuego. Consideré que había<br />

llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa. Vi que aquél era un hombre en<br />

el que se podía confiar.<br />

—Escuche, sir Harry —dije—, tengo algo muy importante que revelarle: Usted es<br />

una buena persona, y voy a serle franco. ¿Se puede saber de dónde ha sacado todas<br />

las tonterías que ha dicho esta noche?<br />

Su rostro se nubló.<br />

—¿Tan mal he estado? —preguntó tristemente—. Ya me parecía bastante pobre.<br />

Lo saqué del Progessive Magazine y unos folletos que me envía mi agente. No creerá<br />

que Alemania llegue a declararnos la guerra, ¿verdad?<br />

—Haga esta pregunta dentro de seis semanas y no necesitará contestación —<br />

repuse—. Si dispone de media hora, le contaré una historia.<br />

Aún puedo ver aquella habitación con las cabezas de ciervo y los grabados<br />

antiguos en las paredes, a sir Harry apoyado en la repisa de la chimenea, y a mí<br />

mismo sentado en una butaca, hablando. Perecía ser otra persona, oyendo mi propia<br />

voz y evaluando cuidadosamente la fiabilidad de mi relato. Era la primera vez que<br />

decía toda la verdad a alguien, y no me perjudicó hacerlo, pues me ayudó a poner mis<br />

ideas en orden. No omití ni un solo detalle. Le hablé de Scudder y del lechero, de la<br />

agenda, y de mis andanzas por Galloway. Sir Harry se excitó mucho y empezó a<br />

andar de un lado a otro de la estancia.<br />

—Ahora ya lo sabe —concluí—, tiene en su casa al principal sospechoso del<br />

asesinato de Portland Place. Su deber es llamar a la policía y entregarme. No creo que<br />

pueda ir muy lejos. Habrá un accidente, y tendré un cuchillo en las costillas una o dos<br />

horas después del arresto. Sin embargo, es su deber como ciudadano cumplidor de la<br />

ley. Quizá se arrepienta dentro de un mes, pero no tiene motivos para pensar así.<br />

Me miró con ojos brillantes y escrutadores.<br />

—¿A qué se dedicaba usted en Rodesia, señor Hannay? —preguntó.<br />

www.lectulandia.com - Página 36

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