Los 39 escalones - John Buchan
Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.
Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.
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Desde allí dominaba todo el páramo. Vi que el coche se alejaba a toda velocidad<br />
con dos ocupantes, y a un hombre montado en un caballo que se dirigió hacia el este.<br />
Supuse que me estaban buscando, y les deseé suerte.<br />
Pero vi otra cosa más interesante. La casa se levantaba casi en la cima de una<br />
ondulación del páramo que coronaba una especie de meseta, y no había ningún lugar<br />
más alto en los alrededores. La cima en cuestión estaba llena de árboles,<br />
principalmente pinos, con unos cuantos fresnos y hayas. En lo alto del palomar yo me<br />
encontraba casi al mismo nivel de las copas de los árboles, y podía ver lo que había<br />
más allá. El bosque no era compacto, sino sólo un anillo, y en el centro había un<br />
óvalo de césped muy parecido a un gran campo de criquet.<br />
No tardé demasiado en adivinar de qué se trataba. Era un aeródromo, y un<br />
aeródromo secreto. El lugar había sido muy bien escogido. Suponiendo que alguien<br />
viera descender un avión sobre esta zona, pensaría que había sobrepasado la colina<br />
situada más allá de los árboles. Como el lugar estaba en la cúspide de una elevación y<br />
en medio de un gran anfiteatro, cualquier observador desde cualquier dirección<br />
llegaría a la conclusión de que se había perdido de vista detrás de la colina. Sólo una<br />
persona que estuviera muy cerca se daría cuenta de que el avión no había<br />
sobrepasado la colina sino descendido en medio del bosque. Un observador con un<br />
telescopio desde una de las colinas más altas podría descubrir la verdad, pero allí sólo<br />
iban los pastores, y los pastores no llevaban telescopios ni prismáticos. Desde el<br />
palomar vi una lejana franja azul, el mar, y me enfurecí al pensar que nuestros<br />
enemigos tenían esta torre secreta para vigilar nuestras aguas.<br />
Después pensé que si el avión regresaba, lo más probable era que me descubriese.<br />
Por lo tanto, pasé toda la tarde echado y aguardando ansiosamente la llegada de la<br />
oscuridad, por lo que lancé un suspiro de alivio cuando el sol se ocultó tras las<br />
grandes colinas del oeste y la penumbra crepuscular se abatió sobre el páramo. El<br />
avión se retrasaba. La oscuridad ya era muy densa cuando oí el ruido del motor y lo<br />
vi planear hacia su refugio del bosque. Hubo luces que centellearon y muchas idas y<br />
venidas desde la casa. Después llegó la noche y se hizo el silencio.<br />
A Dios gracias, la noche era oscura. La luna estaba en cuarto menguante y no se<br />
levantaría hasta más tarde. Tenía demasiada sed para esperar, así que hacia las nueve,<br />
por lo que pude deducir, empecé el descenso. No fue fácil, y a medio camino oí<br />
abrirse la puerta trasera de la casa y vi el reflejo de una linterna sobre la pared del<br />
molino. Durante unos aterradores minutos me adherí al muro del palomar y recé para<br />
que no se acercara nadie. Después la luz desapareció, y yo me dejé caer tan<br />
suavemente como pude sobre el duro suelo del patio.<br />
Me arrastré a lo largo de un muro de piedra hasta llegar al círculo de árboles que<br />
rodeaba la casa. Si hubiera sabido cómo hacerlo, habría intentado inutilizar aquel<br />
avión, pero comprendí que cualquier tentativa sería inútil. Estaba seguro de que<br />
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