Los 39 escalones - John Buchan
Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.
Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
cuando vieron acercarse a un oficial. Era un joven de aspecto pulido y agradable, y<br />
nos preguntó en un inglés perfecto si habíamos tenido buena pesca. Sin embargo, no<br />
dejaba lugar a dudas. Su cabeza pelada al rape y el corte de su chaqueta y su corbata<br />
no eran ingleses.<br />
Esto me tranquilizó un poco, pero mis persistentes dudas no desaparecieron<br />
durante el camino de regreso a Bradgate. Lo que me preocupaba era pensar que mis<br />
enemigos sabían que había obtenido mis informaciones de Scudder, y que fue<br />
Scudder quien me dio la pista para llegar a este lugar. Si sabían que Scudder tenía<br />
esta pista, ¿por qué no habían cambiado sus planes? Se jugaban demasiado para<br />
aventurarse a correr ningún riesgo. La cuestión era si sospechaban todo lo que<br />
Scudder sabía. La noche anterior había declarado confiadamente que los alemanes<br />
siempre seguían un plan fijado de antemano, pero si barruntaban que yo estaba sobre<br />
su pista serían tontos de no cambiarlo. Me pregunté si el hombre de la noche anterior<br />
se habría dado cuenta de que le había reconocido. Confiaba en que no. De todos<br />
modos, la situación nunca me había parecido tan difícil como aquella tarde, cuando lo<br />
lógico habría sido que estuviese seguro del éxito.<br />
En el hotel conocí al comandante del destructor, que Scaife me presentó, y con el<br />
cual intercambié unas cuantas palabras. Después decidí ir a vigilar Trafalgar Lodge<br />
durante una o dos horas.<br />
Encontré un lugar más arriba de la colina, en el jardín de una casa vacía. Desde<br />
allí veía perfectamente la pista de tenis, donde dos figuras jugaban un partido. Una de<br />
ellas era el viejo, al que ya había visto; la otra era un hombre más joven, que llevaba<br />
un pañuelo con los colores de un club alrededor de la cintura. Jugaban con visible<br />
placer, como dos habitantes de una gran ciudad que quisieran hacer ejercicio para<br />
abrir los poros. Habría sido imposible concebir un espectáculo más inocente.<br />
Gritaban y reían, e hicieron una pausa para beber cuando una doncella les llevó dos<br />
jarras de cerveza en una bandeja. Me froté los ojos y me pregunté a mí mismo si no<br />
era el mayor tonto de la Tierra. El misterio y la oscuridad habían envuelto a los<br />
hombres que me acosaron por los páramos de Escocia, y principalmente a aquel<br />
anticuario infernal. Era fácil relacionar a esas personas con el cuchillo que clavó a<br />
Scudder en el suelo, y con crueles designios para la paz mundial. Pero aquellas dos<br />
personas eran cándidos ciudadanos haciendo un ejercicio inocuo, que pronto entrarían<br />
en la casa para tomar una cena normal, durante la que hablarían de cotizaciones de<br />
Bolsa, de los últimos partidos de criquet y de los recientes acontecimientos de su<br />
ciudad natal. Yo había tendido una red para atrapar a buitres y halcones, y he aquí que<br />
sólo había cazado a dos inocentes tordos.<br />
En aquel momento llegó una tercera persona, un hombre joven en bicicleta, con<br />
una bolsa de palos de golf colgada a la espalda. Fue a la pista de tenis y los jugadores<br />
le recibieron con vivas muestras de alegría. Evidentemente, se estaban burlando de él,<br />
www.lectulandia.com - Página 82