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Los 39 escalones - John Buchan

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

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—¿Qué se siente estando muerto? —pregunté. Estaba seguro de que tenía que<br />

habérmelas con un loco.<br />

Una sonrisa distendió su avispado rostro.<br />

—No estoy loco… todavía. Escuche, señor, le he estado observando, y me parece<br />

que es usted una persona ecuánime. También me parece un hombre honrado, y lo<br />

bastante valiente para no amilanarse con facilidad. Voy a confiar en usted. Necesito<br />

que alguien me ayude, y quiero saber si puedo contar con usted.<br />

—Cuénteme de qué se trata —dije—, y después le contestaré.<br />

Pareció prepararse para un gran esfuerzo, y después se lanzó al más extraño de los<br />

galimatías. Al principio no entendí nada, y tuve que interrumpirle para hacerle unas<br />

cuantas preguntas. Pero la esencia del asunto es ésta:<br />

Era americano, de Kentucky, y al terminar la carrera, como disponía de medios<br />

económicos, decidió ver un poco de mundo. Sabía escribir, y trabajó como<br />

corresponsal de guerra para un periódico de Chicago; después pasó un año o dos en el<br />

sudeste de Europa. Deduje que era un buen lingüista, y que había llegado a conocer<br />

bastante bien la sociedad de esa zona. Mencionó familiarmente muchos nombres que<br />

recordé haber visto en los periódicos.<br />

Me dijo que se había introducido en los medios políticos, primero por interés y<br />

después porque no pudo evitarlo. Le clasifiqué como un hombre perspicaz e inquieto,<br />

que siempre quería llegar a la raíz de las cosas. Y había llegado más lejos de lo que<br />

quería.<br />

Les explico lo que me dijo tal como yo lo entendí. A espaldas de todos los<br />

gobiernos y ejércitos se había organizado un gran movimiento subterráneo, dirigido<br />

por personas muy peligrosas. Él lo descubrió por casualidad; le fascinó, siguió<br />

adelante y le sorprendieron. Deduje que sus miembros pertenecían a la clase de<br />

anarquistas educados que hacen las revoluciones, pero que junto a ellos estaban los<br />

financieros que jugaban por dinero. Un hombre listo puede obtener grandes<br />

beneficios de un mercado en decadencia, y a ambas clases les convenía enemistar a<br />

Europa.<br />

Me refirió algunas cosas que explicaban otras que me habían desconcertado;<br />

cosas que ocurrieron en la Guerra de los Balcanes: cómo un estado podía descollar<br />

súbitamente, por qué se hacían y rompían las alianzas, por qué había ciertos hombres<br />

que desaparecían, y de dónde procedían los materiales para la guerra. El objetivo de<br />

toda la conspiración era enfrentar a Rusia y Alemania.<br />

Cuando le pregunté por qué, dijo que los anarquistas confiaban en que eso les<br />

daría una oportunidad. Todo estaría en un crisol, y ellos esperaban que surgiera un<br />

mundo nuevo. <strong>Los</strong> capitalistas recogerían las ganancias y amasarían fortunas<br />

acaparando los despojos. El capital, dijo, no tenía conciencia ni patria. Además, los<br />

judíos estaban detrás de toda esta trama, y los judíos odiaban a Rusia con toda su<br />

www.lectulandia.com - Página 8

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