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Los 39 escalones - John Buchan

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

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9. <strong>Los</strong> treinta y nueve <strong>escalones</strong><br />

—¡Tonterías! —exclamó el funcionario del Almirantazgo.<br />

Sir Walter se levantó y salió de la habitación mientras nosotros clavábamos los<br />

ojos en la mesa.<br />

Volvió a los diez minutos con cara de preocupación.<br />

—He hablado con Alloa —dijo—. Se ha levantado de la cama… de muy mal<br />

humor. Ha ido directamente a su casa después de la cena de Mulross.<br />

—Pero es una locura —declaró el general Winstanley—. ¿Pretende decirme que<br />

ese hombre se ha introducido aquí y ha estado sentado a mi lado durante casi media<br />

hora sin que yo me diera cuenta de la impostura? Alloa no debía estar en sus cabales.<br />

—¿No les parece ingenioso? —dije yo—. Ustedes estaban demasiado interesados<br />

en otras cosas para fijarse en nada. No se les ha ocurrido pensar que lord Alloa<br />

pudiera ser otra persona. Si hubiese sido algún otro quizá le habrían observado mejor,<br />

pero era natural que él estuviese aquí, y eso les ha adormecido a todos.<br />

Entonces habló el francés, muy lentamente, y en un inglés perfecto.<br />

—¡El joven tiene razón! Su intuición es muy buena. ¡Nuestros enemigos son muy<br />

astutos!<br />

Frunció las cejas y prosiguió:<br />

—Voy a contarles una historia —dijo—. Sucedió hace muchos años en Senegal.<br />

Yo estaba destinado en un puesto muy remoto, y solía ir a pescar grandes barbos al<br />

río para distraerme un poco. Llevaba la cesta del almuerzo a lomos de una pequeña<br />

burra árabe, de esa raza parda que antes había en Tombuctú. Pues bien, una mañana<br />

estaba pescando y la burra se hallaba inexplicablemente inquieta. La oí rebuznar y<br />

dar coces, y traté de calmarla con la voz mientras seguía concentrado en la pesca. La<br />

veía por el rabillo del ojo, atada a un árbol a veinte metros de distancia. Al cabo de un<br />

par de horas empecé a tener hambre. Metí los peces en una bolsa de lona, y eché a<br />

andar por la orilla del río hacia donde estaba la burra, arrastrando la caña. Cuando<br />

llegué junto a ella tiré la bolsa sobre su lomo…<br />

Hizo una pequeña pausa y miró a su alrededor.<br />

—Fue el olor lo que me puso sobre aviso. Volví la cabeza y vi a un león a tres<br />

pasos de… Un viejo antropófago que era el terror del poblado… Lo que quedaba de<br />

la burra, una masa de sangre, huesos y pelaje, estaba detrás de él.<br />

—¿Qué ocurrió? —pregunté. Había cazado lo bastante para reconocer una<br />

historia verdadera cuando la oía.<br />

—Le metí la caña de pescar en la boca, y también llevaba una pistola. Además,<br />

mis criados llegaron con rifles en aquel momento. Pero dejó su marca sobre mí —<br />

alzó una mano a la que faltaban tres dedos.<br />

»Tengan en cuenta —dijo— que la burra había muerto más de una hora antes, y la<br />

www.lectulandia.com - Página 74

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