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Los 39 escalones - John Buchan

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

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5. La aventura del picapedrero miope<br />

Me senté en la misma cima del monte y pasé revista a mi posición.<br />

A mis espaldas, el camino ascendía a través de una larga hendidura en las colinas,<br />

la cual era el cauce superior de algún río importante. Delante había un espacio llano<br />

de unos dos kilómetros, cubierto de agujeros pantanosos y montículos de hierba, y<br />

más allá el camino descendía por otro valle hasta una llanura cuya oscuridad azulada<br />

se desvanecía en la distancia. A derecha e izquierda había verdes colinas de cumbre<br />

redondeada, pero hacia el sur —es decir, a mano izquierda— se divisaban altas<br />

montañas de brezos, que identifiqué como el lugar que había escogido para<br />

refugiarme en el mapa. Yo estaba en la colina central de una enorme altiplanicie, y<br />

veía todo lo que se movía en muchos kilómetros a la redonda. En la pradera situada<br />

junto al camino un kilómetro más atrás humeaba la chimenea de una casita, pero éste<br />

era el único signo de vida humana. <strong>Los</strong> únicos sonidos perceptibles eran el canto de<br />

los chorlitos y el rumor de pequeños arroyos.<br />

Eran alrededor de las siete, y mientras descansaba oí nuevamente aquel ominoso<br />

rugido en el aire. Entonces comprendí que mi posición ventajosa también podía ser<br />

una trampa. En aquellas desnudas extensiones verdes no habría podido ocultarse ni<br />

un pajarillo.<br />

Me quedé inmóvil y aterrado mientras el rugido aumentaba en intensidad. De<br />

pronto vi que un avión se acercaba por el este. Volaba a gran altura, pero de repente<br />

descendió sobre las montañas de brezos, como un halcón antes de atacar. Ahora<br />

volaba muy bajo, y el observador de a bordo me avistó. Vi que uno de los ocupantes<br />

me examinaba con unos prismáticos.<br />

Al cabo de un momento empezó a elevarse en rápidas espirales, y después puso<br />

nuevamente rumbo hacia el este hasta convertirse en una mota en el cielo azul.<br />

Esto me impulsó a pensar con rapidez. Mis enemigos me habían localizado, y no<br />

tardarían en formar un cordón a mi alrededor. No sabía con qué fuerzas contaban,<br />

pero estaba seguro de que serían suficientes. Desde el avión habían visto mi bicicleta,<br />

y supondrían que intentaría huir por el camino. En este caso mi salvación podía estar<br />

en los páramos de la derecha o la izquierda. Saqué la bicicleta unos cien metros del<br />

camino y la arroje a un agujero pantanoso, donde se hundió entre malezas y<br />

ranúnculos. Después subí a una loma desde la que se dominaban los dos valles. No<br />

había ni un ser viviente en la larga cinta blanca que los atravesaba.<br />

Ya he dicho que en aquel lugar no habría podido esconderse ni una rata. A medida<br />

que avanzaba el día fue inundándose de luz hasta que tuvo la fragante luminosidad de<br />

la estepa sudafricana. En otro momento el lugar me habría gustado, pero ahora<br />

parecía sofocarme. <strong>Los</strong> amplios páramos eran los muros de una prisión, y el<br />

penetrante aire de las colinas era el aliento de un calabozo.<br />

www.lectulandia.com - Página <strong>39</strong>

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