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Los 39 escalones - John Buchan

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

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lentamente:<br />

Como cuando un grifo a través de los yermos<br />

Con pasos alados, sobre colinas y valles<br />

Persigue a los arimaspos.<br />

Volvió la cabeza con un sobresalto cuando mis pasos sonaron en la piedra, y vi un<br />

rostro afable y juvenil tostado por el sol.<br />

—Buenas tardes tenga usted —dijo con voz ronca—. Hace un tiempo espléndido<br />

para caminar.<br />

El olor a humo y un sabroso asado llegó hasta mí desde la casa.<br />

—¿Puede decirme si esto es una posada? —pregunté.<br />

—A su servicio —repuso cortésmente—. Yo soy el posadero, señor, y espero que<br />

se quede a pasar la noche, pues si he de decirle la verdad no he tenido compañía<br />

desde hace una semana.<br />

Me encaramé al parapeto del puente y llené la pipa. Empecé a detectar a un<br />

aliado.<br />

—Es usted muy joven para ser posadero —dije.<br />

—Mi padre murió hace un año y me dejó el negocio. Vivo aquí con mi abuela. Es<br />

un trabajo muy aburrido para un hombre joven; yo había escogido otra profesión.<br />

—¿Cuál?<br />

Se sonrojó.<br />

—Quiero escribir libros —dijo.<br />

—¿Qué mejor oportunidad podría pedir? —exclamé—. Siempre he pensado que<br />

un posadero sería el mejor narrador de cuentos del mundo.<br />

—Ahora no —se apresuró a contestar—. Quizá antiguamente, cuando había<br />

peregrinos, trovadores, bandoleros y diligencias por los caminos. Pero ahora no. Aquí<br />

no vienen más que coches llenos de mujeres gordas, que se detienen a almorzar, y<br />

uno o dos pescadores en primavera, y los cazadores en agosto. Eso no me<br />

proporciona demasiado material. Quiero ver la vida, viajar por el mundo y escribir<br />

cosas como Kipling y Conrad. Pero lo máximo que he hecho hasta ahora es publicar<br />

unos versos en el Chamber’s Journal.<br />

A continuación miré hacia la posada, que destacaba contra las pardas colinas en la<br />

luz dorada del atardecer.<br />

—Yo he vagado bastante por el mundo, y no despreciaría esta vida retirada. ¿Cree<br />

que la aventura sólo se encuentra en los trópicos o entre los hombres con camisas<br />

rojas? Quizá esté en contacto con ella en este momento.<br />

—Eso es lo que dice Kipling —contestó, con los ojos brillantes, y citó un verso<br />

sobre «lo inesperado de las aventuras».<br />

—Yo mismo puedo contarle una —exclamé—, y dentro de un mes podrá escribir<br />

www.lectulandia.com - Página 25

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