Los 39 escalones - John Buchan
Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.
Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.
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una novela sobre ella.<br />
Sentado en el puente en aquel suave crepúsculo de mayo, le expliqué una<br />
hermosa historia. Era cierta en lo esencial, aunque alteré los detalles secundarios. Le<br />
dije que era un magnate minero de Kimberley, que había tenido muchos problemas<br />
con la compra ilícita de diamantes y había descubierto a una banda. Me habían<br />
perseguido a través del océano, habían asesinado a mi mejor amigo y ahora estaban<br />
sobre mi pista.<br />
Aderecé el relato con toda clase de pormenores. Le narré mi huida por el Kalahari<br />
hasta el África alemana, los días secos y calurosos, las noches maravillosamente<br />
oscuras. Le describí un atentado contra mi vida durante el viaje a casa, y le hice una<br />
narración verdaderamente espantosa del crimen de Portland Place.<br />
—¿No buscaba aventuras? —pregunté—. Pues bien, ya ha encontrado una. <strong>Los</strong><br />
demonios andan detrás de mí, y la policía anda tras ellos. Es una carrera que estoy<br />
empeñado en ganar.<br />
—¡Santo Dios! —murmuró, inspirando profundamente—. Es como una novela de<br />
Conan Doyle.<br />
—Usted me cree —dije con muestras de agradecimiento.<br />
—Claro que sí —repuso, alargando la mano—. Creo todo lo que sale de lo<br />
corriente. Sólo desconfío de lo normal.<br />
Era muy joven, justamente lo que me convenía.<br />
—Me parece que por el momento he logrado despistarles, pero tengo que<br />
esconderme un par de días. ¿Puede ayudarme?<br />
Me agarró por un codo con vehemencia y me condujo hacia la casa.<br />
—Aquí estará seguro. Yo me ocuparé de que nadie chismorree. Y usted me<br />
contará todas sus aventuras, ¿verdad?<br />
Al entrar en el porche de la posada oí el lejano rugido de un motor. Recortado<br />
sobre el horizonte estaba mi amigo el avión.<br />
Me dio una habitación en la parte trasera de la casa, con una hermosa vista sobre<br />
la altiplanicie, y puso a mi disposición su propio estudio, que estaba repleto de<br />
ediciones baratas de sus autores favoritos. No vi a la abuela, de modo que supuse que<br />
guardaba cama. Una anciana llamada Margit me llevaba las comidas, y el posadero<br />
rondaba a mi alrededor a todas horas. Yo quería tener tiempo para mí, así que me<br />
inventé un trabajo para él. Tenía un ciclomotor, y a la mañana siguiente le envié a<br />
buscar el periódico, que solía llegar con el correo a última hora de la tarde. Le dije<br />
que abriera bien los ojos y tomara nota de cualquier persona extraña que viera,<br />
poniendo especial atención en los coches y aviones. Después me dediqué a estudiar la<br />
agenda de Scudder.<br />
Volvió a mediodía con el Scotsman. No había nada en él, excepto nuevas<br />
declaraciones de Paddock y el lechero, y la confirmación de que el asesino había<br />
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