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Los 39 escalones - John Buchan

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

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mí.<br />

—Sir Walter está ocupado, señor, y he recibido órdenes de no dejar pasar a nadie.<br />

Tenga la bondad de esperar.<br />

La casa era de estilo antiguo, con un amplio vestíbulo y habitaciones a ambos<br />

lados de él. Al fondo había un nicho con un teléfono y un par de sillas, y el<br />

mayordomo me indicó que tomara asiento allí.<br />

—Escuche —susurré—. Hay problemas y yo estoy metido en ellos. Pero sir<br />

Walter lo sabe, y trabajo para él. Si viene alguien preguntando por mí, dígale una<br />

mentira.<br />

Él asintió, y en aquel momento se oyeron unas voces en la calle y unos furiosos<br />

golpes en la puerta.<br />

Nunca he admirado tanto a un hombre como a aquel mayordomo. Abrió la puerta,<br />

y con la cara impasible esperó que le interrogaran. Después les contestó. Les dijo a<br />

quién pertenecía la casa y cuáles eran sus órdenes, y les impidió la entrada. Yo lo vi<br />

todo desde mi nicho, y fue mejor que cualquier obra de teatro.<br />

No había esperado mucho cuando volvieron a llamar a la puerta. El mayordomo<br />

no puso ningún reparo a la entrada de este nuevo visitante.<br />

Mientras se quitaba el abrigo vi quién era. No podías abrir un periódico o una<br />

revista sin ver aquella cara: la barba gris cortada en línea recta, la boca de luchador<br />

nato, la nariz cuadrada y los penetrantes ojos azules. Reconocí al primer lord del<br />

Almirantazgo, el hombre que, según decían, había hecho la nueva Marina de guerra<br />

británica.<br />

Pasó de largo frente a mi nicho y fue introducido en una habitación situada al<br />

fondo del vestíbulo. Cuando se abrió la puerta oí el sonido de una conversación en<br />

voz baja. Se cerró, y volvió a reinar el silencio.<br />

Permanecí veinte minutos allí, preguntándome qué haría después. Seguía estando<br />

convencido de que se me necesitaba, pero no tenía ni idea de cuándo o cómo.<br />

Consulté varias veces mi reloj, y cuando dieron las diez y media empecé a pensar que<br />

la conferencia terminaría pronto. Al cabo de un cuarto de hora Royer se hallaría de<br />

camino hacia Portsmouth…<br />

Entonces oí un timbre, y el mayordomo hizo su aparición. La puerta de la<br />

habitación del fondo se abrió, y el primer lord del Almirantazgo salió del vestíbulo.<br />

Pasó ante mí, y entonces miró en mi dirección, y durante un segundo nuestras<br />

miradas se cruzaron.<br />

Sólo fue un segundo, pero bastó para que el corazón me diera un vuelco. Nunca<br />

había visto al gran hombre con anterioridad, y él tampoco me había visto a mí. Sin<br />

embargo, en esa fracción de tiempo algo se reflejó en sus ojos, y ese algo fue el<br />

reconocimiento. No puedes confundirlo. Es un destello, una chispa, una diferencia<br />

www.lectulandia.com - Página 72

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