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Los 39 escalones - John Buchan

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

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casi imperceptible que significa una cosa y sólo una cosa. Se produjo<br />

involuntariamente, pues se apagó casi en seguida, y él siguió adelante. Confuso y<br />

estupefacto, oí que la puerta de la calle se cerraba tras él.<br />

Cogí la guía telefónica y busqué el número de su casa.<br />

Nos comunicaron en seguida, y oí la voz de un criado.<br />

—¿Está su señoría en casa? —pregunté.<br />

—Su señoría ha regresado hace media hora —dijo la voz—, y se ha acostado.<br />

Esta noche no se encuentra muy bien. ¿Desea dejar algún recado, señor?<br />

Colgué y estuve a punto de tropezar con una silla. Mi participación en este asunto<br />

aún no había terminado. Afortunadamente, había intervenido a tiempo.<br />

No podía perder ni un momento, de modo que me dirigí hacia la puerta de la<br />

habitación del fondo y entré sin llamar.<br />

Cinco caras sorprendidas alzaron los ojos de una mesa redonda. Estaban sir<br />

Walter y Drew, el ministro de la Guerra, al que conocía por fotografías. Había un<br />

anciano delgado, que probablemente era Whittaker, un alto funcionario del<br />

Almirantazgo, y también vi al general Winstanley, identificable por la larga cicatriz<br />

de la frente. Por último, había un hombre bajo y corpulento con un bigote gris y<br />

pobladas cejas, que se había interrumpido en mitad de una frase.<br />

La cara de sir Walter reflejó sorpresa y fastidio.<br />

—Éste es el señor Hannay, de quien les he hablado —dijo a los reunidos—. Me<br />

temo, Hannay, que su visita sea muy inoportuna.<br />

Yo había empezado a recobrar la sangre fría.<br />

—Eso está por ver, señor —dije—, pero creo que no puede ser más oportuna. Por<br />

el amor de Dios, caballeros, ¿quieren decirme quién era el hombre que acaba de<br />

marcharse?<br />

—Lord Alloa —dijo sir Walter, rojo de ira.<br />

—No lo era —exclamé yo—; es su viva imagen, pero no era lord Alloa. Era<br />

alguien que me ha reconocido, alguien al que he visto durante este último mes.<br />

Acababa de salir cuando he llamado a casa de lord Alloa y me han dicho que había<br />

regresado media hora antes y se había acostado.<br />

—¿Quién… quién…? —tartamudeó alguien.<br />

—«La Piedra Negra» —exclamé yo. Me senté en una silla recién desocupada y<br />

miré a los cinco asustados caballeros que me rodeaban.<br />

www.lectulandia.com - Página 73

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