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Los 39 escalones - John Buchan

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

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10. Varios grupos convergen en el mar<br />

Una mañana de junio rosa y azulada me sorprendió en Bradgate, alojado en el<br />

hotel Griffin, contemplando el tranquilo mar hasta el buque faro de los bajíos de<br />

Cock, que parecía tan pequeño como una boya. Un par de millas más al sur, y mucho<br />

más cerca de la costa, se hallaba anclado un destructor. Scaife, el ayudante de<br />

MacGillivray, que había estado en la Marina, conocía el barco, y me dijo su nombre y<br />

el de su comandante, de modo que envié un telegrama a sir Walter.<br />

Después de desayunar Scaife fue a una agencia inmobiliaria y obtuvo la llave de<br />

las puertas que daban paso a las escaleras del Ruff. Le acompañé por la playa, y me<br />

senté en un entrante del acantilado mientras él investigaba la media docena que había.<br />

No quería que nadie me viese, pero a estas horas el lugar se hallaba desierto, y<br />

mientras estuve en la playa no vi más que gaviotas.<br />

Tardó más de una hora en hacer el trabajo, y cuando le vi venir hacia mí<br />

examinando un pedazo de papel, puedo asegurarles que tenía el corazón en un puño.<br />

Como comprenderán, todo dependía de que mis suposiciones fueran correctas.<br />

Leyó en voz alta el número de <strong>escalones</strong> de las distintas escaleras. «Treinta y<br />

cuatro, treinta y cinco, treinta y nueve, cuarenta y dos, cuarenta y siete y veintiuno»<br />

donde el acantilado se hacía más bajo. Estuve a punto de levantarme y dar un grito.<br />

Regresamos apresuradamente a la ciudad y envié un telegrama a MacGillivray.<br />

Quería media docena de hombres, y les ordené que se repartieran entre los distintos<br />

hoteles. Después, Scaife se fue a explorar la casa que había en lo alto de los treinta y<br />

nueve <strong>escalones</strong>.<br />

Volvió con noticias que me desconcertaron y tranquilizaron al mismo tiempo. La<br />

casa se llamaba Trafalgar Lodge y pertenecía a un anciano caballero llamado<br />

Appleton; un corredor de bolsa retirado, había dicho el agente de la inmobiliaria. El<br />

señor Appleton pasaba largas temporadas en la casa durante el verano, y ahora se<br />

encontraba allí, pues había llegado a principios de semana. Scaife pudo recoger muy<br />

pocos datos sobre él. Únicamente que era un buen hombre, que pagaba sus facturas<br />

con puntualidad y siempre estaba dispuesto a dar un generoso donativo para una obra<br />

de caridad local. Después Scaife llegó hasta la puerta trasera de la casa, haciéndose<br />

pasar por un vendedor de máquinas de coser. Sólo había tres criadas, una cocinera,<br />

una doncella y una mujer de limpieza, y eran de las que se encuentran en cualquier<br />

casa respetable de clase media. A la cocinera no le gustaba chismorrear, y le había<br />

cerrado la puerta en las narices, pero Scaife estaba seguro de que no sabía nada. Al<br />

lado había una casa nueva que podría constituir un buen puesto de observación y la<br />

villa del otro lado estaba en alquiler y tenía un jardín lleno de arbustos y maleza.<br />

Pedí el telescopio a Scaife, y antes de almorzar fui a dar un paseo por el Ruff. Me<br />

mantuve detrás de la hilera de casas y encontré un buen punto de vigilancia en el<br />

www.lectulandia.com - Página 80

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