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Los 39 escalones - John Buchan

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

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policía se interponga entre una persona a la que estoy encantado de recibir y yo. Ésta<br />

es una mañana de suerte para usted, señor Richard Hannay.<br />

Mientras hablaba sus párpados parecieron temblar y cerrarse ligeramente sobre<br />

sus penetrantes ojos grises. De pronto recordé la frase de Scudder para describirme al<br />

hombre a quien más temía en el mundo. Había dicho que «parpadeaba como un<br />

halcón». Entonces comprendí que me había metido en el cuartel general del enemigo.<br />

Mi primer impulso fue estrangular al anciano rufián y echar a correr. Él pareció<br />

anticiparse a mis intenciones, pues sonrió amablemente y me indicó la puerta situada<br />

a mis espaldas con un movimiento de la cabeza.<br />

Di media vuelta y vi a dos criados que me tenían encañonado con sendas pistolas.<br />

El anciano sabía mi nombre, pero nunca me había visto. En cuanto esta reflexión<br />

cruzó por mi mente, entreví una pequeña posibilidad.<br />

—No sé qué se propone —dije con rudeza—. Además, ¿a quién llama Richard<br />

Hannay? Yo me llamo Ainslie.<br />

—¿De verdad? —inquirió él, sin dejar de sonreír—. Naturalmente debe tener<br />

varios nombres. No discutiremos por algo tan trivial.<br />

Yo había logrado recobrar mis cinco sentidos, y pensé que mi atuendo, sin<br />

americana, chaleco, ni cuello, no me traicionaría. Adopté mi expresión más hosca y<br />

me encogí de hombros.<br />

—Supongo que acabará entregándome, y eso es lo que yo llamo un juego sucio.<br />

¡Dios mío, ojalá nunca hubiera visto ese maldito coche! Tenga el dinero y que le<br />

aproveche —dije, tirando cuatro soberanos encima de la mesa.<br />

Él abrió un poco los ojos.<br />

—Oh, no, no le entregaré. Mis amigos y yo nos ocuparemos de usted, eso es todo.<br />

Sabe demasiado, señor Hannay. Es un buen actor, pero no lo suficiente.<br />

Habló con seguridad, pero vi que la sombra de una duda se había abierto paso en<br />

su mente.<br />

—Oh, por el amor de Dios, déjese de palabrerías. No he tenido ni un poco de<br />

suerte desde que desembarqué de Leith. ¿Qué mal hay en que un pobre diablo con el<br />

estómago vacío coja unas cuantas monedas de un coche destrozado? Es lo único que<br />

he hecho, y por eso llevo dos días huyendo de esos malditos policías por estas<br />

malditas colinas. Le aseguro que estoy harto. ¡Haga lo que quiera, amigo! A Ned<br />

Ainslie ya no le quedan fuerzas para luchar.<br />

Vi que la duda ganaba terreno.<br />

—¿Será tan amable de contarme cuáles han sido sus andanzas más recientes? —<br />

preguntó.<br />

—No puedo, jefe —dije con la voz lastimera de un verdadero mendigo—. Hace<br />

dos días que no pruebo bocado. Deme un poco de comida y sabrá toda la verdad.<br />

El hambre debía reflejarse en mi cara, pues hizo una seña a uno de los criados que<br />

www.lectulandia.com - Página 51

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