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Los 39 escalones - John Buchan

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

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pendientes de lo que ocurría en el exterior, donde Franz corría por la carretera hacia<br />

la reja que daba paso a las escaleras de la playa. Un hombre le seguía, pero no pudo<br />

alcanzarle. La verja de las escaleras se cerró herméticamente tras el fugitivo, y yo me<br />

quedé mirando, con las manos en torno al cuello del viejo, durante el rato que un<br />

hombre invertiría en bajar esos <strong>escalones</strong> hasta el mar.<br />

De repente mi prisionero se desasió y se lanzó contra la pared. Oí un chasquido<br />

como si hubiera accionado una palanca. Después se produjo un ruido sordo,<br />

procedente de las entrañas de la tierra, y a través de la ventana vi una nube de polvo<br />

en el lugar donde estaban las escaleras.<br />

Alguien encendió la luz.<br />

El anciano me estaba mirando con ojos centelleantes.<br />

—Está a salvo —exclamó—. No le alcanzarán a tiempo… Se ha ido… Ha<br />

triunfado… Der Schwarze Stein ist in der Siegeskrone.<br />

Esos ojos reflejaban algo más que triunfo. Habían parpadeado como los de un ave<br />

de presa, y ahora centelleaban con el orgullo de un halcón. La llama del fanatismo<br />

ardía en ellos, y por primera vez comprendí con quién me había enfrentado. Aquel<br />

hombre era más que un espía; a su modo había sido un patriota.<br />

Mientras las esposas se cerraban en torno a sus muñecas, le dije mis últimas<br />

palabras:<br />

—Espero que Franz soporte bien su triunfo. Debo decirle que el Ariadne está en<br />

nuestras manos desde hace una hora.<br />

Tres semanas después, como todo el mundo sabe, entramos en guerra. Yo me<br />

incorporé al Nuevo Ejército la primera semana, y debido a mi experiencia en<br />

Matabele obtuve inmediatamente el grado de capitán. Sin embargo, creo que presté<br />

mi mejor servicio antes de ponerme el uniforme.<br />

www.lectulandia.com - Página 90

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