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Los 39 escalones - John Buchan

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

Richard Hannay era joven, era rico y se aburría. Y cuando por puro
aburrimiento escuchó la extraña historia que le contaba su vecino del piso de
arriba, no se imaginó que acababa de meterse en una trampa infernal, y que
debería desentrañar el misterio de los 39 escalones si quería salvar a Europa
de una intriga siniestra y librarse él mismo de una muerte segura.

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como las que se ven en los museos, llenas de monedas y extraños utensilios de piedra.<br />

En medio había un escritorio con un hueco central, y sentado ante él, con algunos<br />

papeles y volúmenes abiertos frente a sí, estaba el benevolente anciano. Su cara era<br />

redonda y brillante, como la del señor Pickwick, con unas grandes gafas en el<br />

extremo de la nariz, y tenía una cabeza tan reluciente y lisa como una botella de<br />

cristal. No se movió al entrar yo, pero enarcó sus cejas y esperó a que hablase.<br />

No era una tarea sencilla, disponiendo de cinco minutos escasos, identificarme<br />

ante un desconocido, decirle lo que quería y obtener su ayuda. Ni siquiera lo intenté.<br />

<strong>Los</strong> ojos de aquel hombre tenían algo, una mirada tan penetrante e inteligente, que no<br />

pude articular una sola palabra. Simplemente le miré y tartamudeé.<br />

—Parece tener prisa, amigo mío —dijo con lentitud.<br />

Señalé con la cabeza hacia la ventana. Desde allí se dominaba el páramo a través<br />

de un hueco entre los pinos, y en aquel momento aparecieron varias figuras a un<br />

kilómetro de distancia.<br />

—Ah, comprendo —dijo, y cogió un par de prismáticos a través de los cuales<br />

escrutó pacientemente a las figuras—. Un fugitivo de la justicia, ¿eh? Bueno,<br />

hablaremos del asunto con calma. Mientras tanto, no me gusta que unos torpes<br />

policías rurales violen mi intimidad. Entre en mi estudio: allí verá dos puertas en la<br />

pared del fondo. Abra la de la izquierda y ciérrela a sus espaldas. Allí estará a salvo.<br />

Y aquel hombre extraordinario volvió a coger la pluma. Hice lo que me había<br />

ordenado, y me encontré en un pequeño cuarto oscuro que olía a productos químicos<br />

y sólo estaba iluminado por una minúscula claraboya. La puerta se había cerrado tras<br />

de mí con un chasquido, como la puerta de una caja fuerte. Una vez más había<br />

encontrado un refugio inesperado.<br />

Sin embargo, no me sentía tranquilo. El anciano caballero tenía algo que me<br />

desconcertaba y aterrorizaba. Había sido demasiado complaciente, como si me<br />

hubiera estado esperando, y sus ojos habían reflejado una tremenda inteligencia.<br />

Ningún sonido llegaba a mis oídos en aquel lugar oscuro. Tal vez la policía<br />

estuviese registrando la casa, y entonces querrían saber qué había detrás de esta<br />

puerta. Intenté armarme de paciencia y olvidar el hambre que tenía.<br />

Después consideré la situación con más optimismo. El anciano no podía negarme<br />

una comida, y me concentré en soñar en mi desayuno. Tomaría unos huevos con<br />

tocino, aunque querría la mejor parte de una pieza de tocino y medio centenar de<br />

huevos. Y entonces, mientras se me hacía la boca agua con estos pensamientos, oí un<br />

chasquido y la puerta se abrió.<br />

Salí y encontré al dueño de la casa sentado en una butaca de la habitación que<br />

había llamado estudio, mirándome con curiosidad.<br />

—¿Se han ido? —pregunté.<br />

—Se han ido. Les he convencido de que había cruzado la colina. No quiero que la<br />

www.lectulandia.com - Página 50

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